Kilómetro cero... patatero

M.H. (SPC)
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El concepto suena muy bien, pero los consumidores no estamos demasiado dispuestos a guiarnos por él a la hora de comprar a pesar de los beneficios sociales y medioambientales

Soy más de recogerlas en las cunetas de los caminos, mientras paseo al perro; además, en esta época, si las lluvias acompañan, como ha sido el caso, hay decenas de especies diferentes para formar ramos realmente espectaculares. Pero mi matrimonio cumplía años este fin de semana y decidí acercarme a una floristería y comprar un ramo para mi mujer, concretamente un ramo de rosas (no sé si más bonitas, pero desde luego mucho más caras que las flores silvestres).

El sector de la flor cortada ha pasado un año criminal con el confinamiento y las restricciones, que se han traducido en la desaparición de bodas, comuniones, fiestas de pueblos, romerías, Semana Santa, fallas y muchas otras celebraciones que van asociadas, entre otras cosas, a las flores. Muchas familias que se dedicaban a cultivar estas plantas se han visto obligadas a echar el cierre o a endeudarse a la espera de un futuro (¿presente ya?) mejor. Por eso, mientras la dependienta me preparaba el ramo, se me ocurrió preguntarle de dónde venían las rosas en cuestión. Y si llego a imaginar remotamente la respuesta me habría quedado con la boca cerrada.

Resulta que las flores que le iba a llevar a mi esposa habían sido cultivadas nada más y nada menos que en Colombia; y que, además, no habían venido directamente a España, sino que habían llegado vía Holanda (en ese momento ya no me parecieron tan caras). Lo que se dice kilómetro cero. O más bien una cifra de kilómetros con muchos ceros.

Según el Ministerio de Agricultura, la balanza comercial española en el sector de la flor cortada y la planta ornamental es positiva desde 2013 (habría que ver los datos del último año); es decir, exportamos más de lo que importamos. Además, el Ministerio dice que entre el clavel y la rosa concentran aproximadamente el 60% del cultivo de flor. Vamos, que por lo que parece tenemos rosas para exportar. Y sin embargo voy a un comercio a comprar una docena y me las dan colombianas. Que alguien me lo explique.

El asunto tiene bemoles, pero lo peor es que este caso es una gota de agua en un gran charco. En España, concretamente en La Mancha, cultivamos el mejor azafrán del mundo, pero curiosamente me cuesta mucho encontrar frasquitos de este producto con el correspondiente sello de la denominación de origen; sin embargo abundan envases que no especifican el origen y que, por lo poco que me han contado sobre la materia quienes entienden, vienen casi siempre de Irán, Marruecos o Turquía. Toma kilómetro cero.

Otro estupendo ejemplo es el maravilloso pimentón de La Vera, que dudo mucho que tenga igual en otra parte del planeta. Pero aún así, y a pesar de que es apreciado y se vende fuera de España, nos empeñamos en traer pimientos secos de Perú, Sudáfrica o Zimbabue (kilómetro supercero) de mucha peor calidad. Son más baratos, sin duda, pero ¿a qué precio? Parece que preferimos vender lo bueno y traer productos peores con tal de que sean más baratos.

Y una muestra más, bastante sangrante, por cierto, es el queso. En este país hay una variedad y una calidad tremendas, pero cada año se importa del orden de 300 millones de kilos, en su mayoría quesos poco diferenciados pero, eso sí, baratos. No es cuestión de desdeñar lo que otros hacen bien. Tiene sentido importar un buen parmesano. Pero no le veo la lógica a traernos quesos que no destacan cuando en casa tenemos muchos que sí lo hacen.

Esto de los productos de kilómetro cero es una gran idea, pero me temo que los consumidores no estamos del todo dispuestos a tenerla en cuenta y basar en ella nuestras decisiones de compra. Porque si efectivamente lo hiciéramos, sería difícilmente comprensible encontrar, por ejemplo, cerezas o melones en la frutería en pleno mes de diciembre.

Es cierto que esos productos kilómetro cero, o de proximidad, como también se les llama, no implican necesariamente precios más bajos e incluso muchas veces es al contrario. Pero también lo es que comprándolos estamos apoyando al productor local, al que vive y mantiene nuestros pueblos; estamos contribuyendo al mantenimiento de ese mundo rural que tanto llena la boca a los políticos pero que tan pocas atenciones recibe.

Evidentemente, somos deficitarios en muchos productos alimentarios, eso es inevitable. Y lógicamente hay que traer material de fuera de nuestras fronteras. Pero en ese caso, dando por hecho que el concepto kilómetro cero desaparece, lo apropiado sería que lo que entra del extranjero lo haga en igualdad de condiciones con el producto local. No se puede restringir el uso de ciertos fitosanitarios a los agricultores españoles (y europeos) y luego abrir las puertas a hortalizas y frutas que vienen de Marruecos, Sudáfrica o Perú, por poner algunos ejemplos, que han sido cultivadas empleando pesticidas que Europa prohibió tiempo atrás, muchos años atrás en algunos casos. No tiene mucho sentido. Y aparte de no tener sentido está poniendo en peligro la continuidad de los productores de aquí, que se ven obligados a competir con los marroquíes, sudafricanos o peruanos, cuya mano de obra suele ser más barata y cuyas producciones son mayores a costa de utilizar sustancias vetadas en Europa.

En resumen, la idea de kilómetro cero está muy bien, pero los consumidores seguimos anteponiendo el precio a los beneficios sociales y medioambientales derivados de nuestra compra en la mayor parte de los casos. Y además hemos cogido malos hábitos. A día de hoy sería absurdo pensar en alimentarnos solo a base de productos de proximidad y de temporada. Nos hemos acomodado y estamos acostumbrados a disponer todo el año de género que hace no tanto solo aparecía en los expositores de los comercios alimentarios uno o dos meses al año. Como decía Danza Invisible en su famosa canción, queremos «naranjas en agosto y uvas en abril». Pero tenerlas nos puede costar caro.