El fantasma nuclear vuelve a meter miedo

Georgino Fernández (SPC)
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La decisión de Putin de poner en alerta su arsenal atómico devuelve al mundo a 1962, cuando la Crisis de los Misiles de Cuba esbozó un escenario de holocausto que atemorizó al planeta

El fantasma nuclear vuelve a meter miedo

El próximo mes de octubre se cumplirán 60 años de un conflicto que, como sucede ahora con la guerra de Ucrania, mantuvo en vilo a la humanidad. Pasó a los libros de historia como La Crisis de los Misiles de Cuba y su escenario no fueron las gélidas tierras de Europa del Este, donde ahora el pueblo ucraniano intenta resistir la embestida de la formidable maquinaria bélica rusa, sino las cálidas selvas tropicales de Cuba. 

Ambos acontecimientos, sin embargo, comparten un nexo común: resucitaron el temor del mundo a las armas nucleares. En 1962, cuando Rusia aprovechó sus estrechos lazos con el régimen de Fidel Castro para instalar en la isla toda una batería de misiles apuntando a Estados Unidos, el presidente John F Kennedy y sus consejeros militares contemplaron el peor escenario posible. 

De hecho, llegaron a considerar seriamente una guerra nuclear a gran escala si la Unión Soviética no desmantelaba esta base y ordenaba el regreso de los barcos que se dirigían a Cuba con los materiales necesarios para hacer plenamente operativo el arsenal balístico nuclear que el líder soviético Nikita Kruschev había mandado levantar en Pinar del Río, a poco más de 400 kilómetros de las costas de Miami. «¿Por qué no le metemos un erizo al Tío Sam en los calzoncillos?», preguntó a sus allegados para dar carta blanca a la operación. 

Ahora, días después de iniciar la invasión a sangre y fuego de Ucrania y cercado por el rechazo de Occidente, Putin ha decidido hacer otra exhibición de poder destructivo y el pasado domingo ordenó poner en alerta «en modo especial de combate» su arsenal nuclear. Las manecillas del reloj mundial iniciaron entonces una alocada carrera marcha atrás para volver a situar al planeta en las tensas horas de 1962. El fantasma nuclear regresaba para meter miedo otra vez.

El nuevo órdago de Putin pone sobre el tablero un flashback con la Historia para retornar a mediados de octubre de aquel 1962, cuando un avión de reconocimiento americano hizo unas fotografías que mostraban sin ningún género de dudas que la URSS había desplegado cohetes con capacidad de llegar al corazón de Estados Unidos en pocos minutos y con un poder de destrucción 100 veces superior a la bomba de Hiroshima. 

 El floreciente American Way of Life amenazado como no lo había estado nunca y de rebote, todo el mundo también. 

En la cima de su popularidad, John F Kennedy supo enseguida que debía afrontar la etapa más delicada de su mandato. 

En el discurso que dirigió a la nación advirtió a sus conciudadanos del peligro, pero también les aseguró que no miraría para otro lado ante el reto lanzado por el Kremlin. «Nadie puede prever con exactitud el rumbo que tomarán las cosas ni los costes o las bajas que se producirán. Nos esperan muchos meses de sacrificio.Meses en los que se pondrán a prueba nuestra paciencia y nuestra voluntad, meses en los que muchas amenazas nos mantendrán conscientes de nuestros peligros. Pero el mayor peligro de todos sería no hacer nada».

La administración Kennedy había recogido el guante. Quedaba claro que aquel envite iba en serio. 

Y así se lo hicieron saber al líder soviético, Kruschev, como él mismo reconoció en su libro de memorias. El último testamento. «El presidente Kennedy declaró que Estados Unidos tenía la capacidad con sus misiles nucleares de acabar con la Unión Soviética dos veces, mientras que la Unión Soviética podía acabar con Estados Unidos sólo una vez. Cuando me pidieron mi opinión les dije en broma: «Sí, sé lo que afirma Kennedy, y tiene razón. Pero no me quejo, nos vale con poder acabar con los Estados Unidos la primera vez. ¿De qué sirve aniquilar un país dos veces? No somos un pueblo sanguinario». Tal vez muchos no entendieron el humor de Kruschev. 

Viviendo con el Armagedón

Cuando se analiza la capacidad de destrucción del arsenal nuclear el asunto da para pocas bromas. La bomba que mató a 146.000 personas en Hiroshima, Japón, al término de la Segunda Guerra Mundial, fue de 15 kilotones. Su poder destructivo fue enorme pero las ojivas nucleares de hoy pueden contener más de 1.000 kilotones lo que elevaría la catástrofe a millones de muertos. De hecho, un grupo de expertos en seguridad y armas nucleares de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, crearon una simulación llamada Plan A, que muestra la devastación que dejaría un conflicto nuclear entre Estados Unidos y Rusia. Sus cálculos son aterradores. En cuestión de horas habría 34 millones de muertos y más de 57 millones de heridos.

Conscientes de ese Armagedón, rusos y estadounidenses encontraron al final un entendimiento en la vía diplomática. Kennedy arrancó a Moscú el compromiso de desmantelar su base de misiles y de ordenar el regreso a puerto de la flota que llevaba los componentes necesarios para hacerlos letales. Kruschev consiguió la promesa de Washington de desmontar la base que los USA habían puesto en Turquía apuntando a su vez al corazón de Rusia y de que Estados Unidos nunca más tendría la tentación de invadir Cuba. 

Una entente cordiale duradera que ahora ha roto Vladimir Putin advirtiendo en tono amenazante a Occidente que la Tercera Guerra Mundial podría estar a las puertas. El propio presidente de EEUU, Joe Biden, le echó en cara que «la retórica provocativa de las armas nucleares es siempre peligrosa».

Por fortuna, sigue abierto el camino de la negociación para la paz y hacia él vuelve los ojos el mundo.