Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Perros

11/03/2022

Javier, el director de este diario, es una especie de Delibes en versión salmantina, y me refiero a su afición por las artes cinegéticas. Vaya por delante que se trata de una afición que no comparto. De hecho, hace un tiempo escribí un artículo en tono crítico sobre el tema que me valió la airada censura de varios cazadores. Desde entonces mi opinión se ha moderado mucho. Sin embargo, no creo que mi tolerancia llegue a convertirse en simpatía, ni me veo provisto de un permiso de armas, una escopeta y un impulso salvaje por tirarme al monte. Lo de Javier es distinto, porque él, amén de amante del campo y de la naturaleza, es un hombre sensato y moderado donde los haya. Además, al parecer no es él quien caza, sino unos galgos que ha educado de forma específica para tal menester. Si es así, la cosa no me parece tan grave, porque los perros, igual que los niños, no son del todo responsables de lo que hacen. Añado ahora que Javier adora a sus galgos, aunque discrepo de él en la forma de tratar a los animales. Javier afirma que trata a sus perros como perros (en el mejor de los sentidos), porque son perros. Ellos viven en sus caniles, no entran en casa sin permiso ni mucho menos se suben a la cama o al sofá. Mi Frankie vive en las inmediaciones de los radiadores de la calefacción, se sube al sofá cuando le da la gana (si trato de impedírselo, me gruñe), me roba la comida y duerme conmigo casi siempre. Javier dice que sus perros son felices, y le creo. Con todo, yo tampoco veo a mi perrito descontento. A fin de cuentas, lo trato como a un príncipe y le entrego todo mi amor. No lo castigo cuando se mea en mi almohada. Y ni siquiera lo obligo a cazar.

ARCHIVADO EN: Censura, Naturaleza