Conducía a la oficial revisión el automóvil, pues no se me ocurrió comprar otro hasta que se aclaren los hados ministeriales y los tendenciosos empeños comerciales. Las ruedas me portaron hasta el taller y contaminé un poco más para colaborar con el calentamiento global, uno más entre muchos millones, aunque suelo intentar ser lo menos gravoso a mi entorno y al mundo... Mi ideal es mejorarlo o que cuando parta a la otra dimensión haya dejado un rastro de luz y bondad, ayudando a que en la Tierra, al menos la que de mí depende, se viva mejor... Difícil misión... Vivir es gastar, pero podemos consumir o despilfarrar menos, repartir mejor los excedentes entre quienes lo necesitan... Moralmente, al menos, parece obligación. Y todo porque ahora los científicos ya no solo alertan como algo posible y lejano sino como asunto muy cierto que comprobamos todos en nuestras molleras, por las que caen gotas de sudor en verano, cuando escuchamos los árboles con las hojas cayendo prematuramente por la sequía. Todavía hoy, a principios de noviembre, se ven campos amarillentos alrededor de la Corte, cuando lo normal es que fueran ya verdes desde principios de octubre... Pero apenas llovió. El clima está cambiando y, nos dicen y reafirman, es por culpa nuestra. Aunque no todos tienen la misma responsabilidad funesta. EEUU y China son los que más porquería a la atmósfera echan y de ahí que tengan que colaborar más a salvar el planeta, pero las américas del norte encabezan la lista de morosos en la convenida financiación climática para países en desarrollo. Tampoco Canadá, el Reino Unido o Australia cumplen lo pactado y así no es extraño que entre Uganda y Tanzania quieran construir un oleoducto de más de 1.400 kilómetros, defendiendo su derecho a contaminar, como hacen los demás. Se diría que solo cuando se vean muy afectados por inundaciones, aridez, abrasamientos veraniegos o gélidas tormentas invernales actuarán... Demasiado tarde, nos dicen los que de esto saben. No es extraño entonces y parece más que sensata la petición de la ONU para gravar los beneficios extraordinarios que ahora gozan las petroleras y se invierta más en esa urgente transición energética.
Si no hay claras ayudas para cambiar el coche por otro que no contamine, difícil será lograr los objetivos sin reticencias. Pero habrá que gestionar que el reciclaje de baterías o la fabricación de los ingenios móviles que nos transportan no contaminen más todavía que lo que hacían nuestros tubos de escape, ventoseando nubes ponzoñosas. Así que estamos pendientes de las nuevas leyes, y las subvenciones, si salen, para que nos animen benéficamente a estos cambios, más que forzados: muchos no pueden pagar coche nuevo.
Mientras, espero que certifiquen la libertad de moverme y no me secuestren las ruedas pues el caucho es derivado del petróleo..