Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Confinamiento

14/03/2023

Hoy se cumplen tres años del doblemente inconstitucional Estado de alarma por la crisis sanitaria Covid. Recuerdo como si fuera ayer aquel sábado 14 de marzo de 2020 con las colas de los alarmados ante las grandes superficies, aprovisionándose como locos de todo tipo de alimentos. Especialmente arrasaron con el papel higiénico (¡qué país, Miquelarena, qué país!). En aras de preservar la salud pública, se nos privó severa e inconstitucionalmente de derechos tan básicos como la libertad de circulación, el derecho a culto y el derecho de reunión, entre otros. España sufrió uno de los estados de alarma más duros del mundo. La mayoría de los españoles fuimos encajonados o enjaulados en pisos y cuartos, mientras los dirigentes buscaban por el mundo mascarillas y esperaban la ansiada vacuna. Mascarillas que nos dijeron que eran innecesarias al principio y luego nos la metieron hasta en la sopa. Días aquellos de tapabocas de tela a recortar en casa y a siete euros en farmacias. Semanas de abrazos y besos perdidos. Tiempo de abuso de autoridad como el que vivimos mi mujer y yo en Madrid. Y es que no hay como darle a un tonto una placa, un arma y un marco inconstitucional, para que abuse de tus derechos constitucionales. Días de militares patrullando la ciudad metralleta en mano y con sobreactuaciones desfasadas más propias de la madrugada del 23F. Meses de clases a distancia con el profesor Zoom o Team desplazando la clase en directo. Yo me rebelé contra aquel confinamiento injusto y doblemente inconstitucional, donde los perros tenían más derechos que los niños. No dejé de ir un día a mi trabajo en las afueras de Madrid con mi salvoconducto por si me paraban. Salí, lo confieso, todos los días a comprar al supermercado más lejano que a pie podía alcanzar. Como también lo hice a las ocho de la tarde a aplaudir a los sanitarios. Los bichos volverán un día y nadie se ha preocupado de regular una nueva ley constitucional ante una situación tan excepcional. Antes de morir le preguntaron al maestro Azorín qué palabra borraría de la lengua castellana y, sin dudarlo, señaló la palabra «agravio». Yo abogo por eliminar «confinamiento». Sólo de oírla, enfermo.