El viaje pintoresco de Pardo Bazán de Toledo a Sigüenza

L.G.E.
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Hoy se cumplen 100 años del fallecimiento de la novelista gallega, de dejó testimonio por escrito de tesoros hoy desaparecidos como la cervantina Posada de la Sangre o los artesonados del Infantado

El Palacio del Infantado de Guadalajara le parecía más italiano o portugués. - Foto: Javier Pozo

Castilla-La Mancha ya era un lugar de destino de escapadas desde Madrid en tiempos de Pardo Bazán. Aunque las distancias se tardaban más en recorrer. La escritora gallega se quejaba de que no hubiese unas conexiones de trenes que permitieran ir y volver a Toledo el mismo día. Y tuvo que desistir de hacer excursiones en carruaje alquilado desde Guadalajara a Pastrana o Hita, porque se le haría de noche.

Algunas de estas escapadas las cuenta en ‘Por la España pintoresca’. En la Semana Santa que fue a Guadalajara, Pardo Bazán describe  los techos y artesonados del Palacio del Infantado, que se destruyeron en la Guerra Civil. En concreto habla del Salón de los Linajes. «El techo propiamente dicho es un encrespado piélago de talla de oro, un dorado mar que se helase de repente sin perder la caprichosa oscilación de su revuelto oleaje», cuenta.

Sobre la fachada del Palacio dice que «falta allí seriedad castellana». Es más, cree que podría «servir de fondo a alguna comedia del siglo XVII, algo de estrofa de poema caballeresco italiano». El patio le recuerda al de los Jerónimos de Belén, en Lisboa. En la época era asilo de huérfanos.

También conoce la capilla de los Urbinas, que se usa para carros y estaba a la venta. « Y si la compra alguna persona ajena al arte y la derriba y levanta allí una casa de cinco pisos, al seductor estilo urbano del siglo XIX, nos lucimos como hay Dios».

El castillo de Sigüenza lo vio solitario y abandonado.El castillo de Sigüenza lo vio solitario y abandonado. - Foto: Javier PozoEn Sigüenza va a la Catedral, que por fuera más le parece «una recia fortaleza». Del interior se queda con la tumba del doncel, cautivada por su actitud «más meditabunda que caballeresca». Menos le gustó otro sepulcro más moderno que había al lado: «Una verja digna de honrar el balcón de una casa de huéspedes, una lápida que lo mismo podría servir para cubierta de un velador, algunas guirnaldas de horribles siemprevivas y violetas de trapo».

Subió al castillo, y aunque lo vio «abandonado y solitario», sintió los ecos de su glorioso pasado cuando entró al patio: «Aún en el patio cree la imaginación que resuenan los cascos del encubertado palafrén que montaría los obispos al salir capitaneando sus huestes».

En otro capítulo titulado ‘Días toledanos’ Pardo Bazán cuenta una visita a Toledo en la que les cundió para ver las dos sinagogas, Santo Tomé con el cuadro de ‘El entierro del Conde de Orgaz’, el Cristo de la Vega y  la Catedral, donde les dejaron pasar a la cámara donde guardan las ropas.

En Toledo la escritora de ‘Los Pazos de Ulloa’ visita un lugar hoy desaparecido, la Posada de la Sangre. Cuenta que se conservaba como en tiempos de Cervantes: «El patio, cuya galería sostienen columnas probablemente arrancadas a un templo romano, pues muestran todavía, medio borrada la característica voluta, ostenta en un ángulo el pilón del bebedero y la enorme orza o ánfora de barro». Incluso uno de su grupo juró haber visto en la cocina «la aparición de Constancica, la mismísima ilustre fregona».

La visita a San Juan de los Reyes la hizo cuando el claustro estaba en restauración: «Los monstruos de las gárgolas son un prodigio por su dibujo y su desempeño; pero la piedra blanca me lastima los ojos y me desilusiona». Añade que por su «fortuna» lo había visto antes «con la hermosura de lo ruinoso».

A Pardo Bazán le gustaba más el claustro de San Juan de los Reyes cuando estaba en ruinas, que con la restauración.A Pardo Bazán le gustaba más el claustro de San Juan de los Reyes cuando estaba en ruinas, que con la restauración. - Foto: Víctor BallesterosPardo Bazán escribe sobre el retiro de Quevedo a los campos de Montiel y Torre de Juan Abad en ‘Hombres y mujeres de antaño (semblanzas)’. Relata que «lo único que nota con prosaica lucidez son las ventajas prácticas de la vida del campo; la bolsa que engorda, el cuerpo que se repone y fortalece, el tiempo que sobra». 

Torre de Juan Abad sale en su semblanza de Quevedo. Dice que aquí el cuerpo se repone y fortalece.
Torre de Juan Abad sale en su semblanza de Quevedo. Dice que aquí "el cuerpo se repone y fortalece".