Antonio García

Antonio García


Lecturas estivales (I)

04/07/2022

Llegados los rigores estivales, es ritual estacional cargar el equipaje con libros, un bienintencionado ejercicio que no siempre culmina con su lectura, pues como ciertas prendas que no se usan por un optimista error de cálculo, los libros suelen retornar a la primera residencia sin abrir, o como se dice entre vendedores de segunda mano, «con pocas señales de uso». Ante la competencia del chiringuito o del «marco incomparable» de la costa -doy por hecho que la mayoría opta por vacaciones en el mar- el libro queda desasistido de su dueño, aplazada una y otra vez su lectura, mientras el tiempo se muere en nuestras manos sin henchirse de golosina espiritual. Los pocos libros que sobreviven a esa procrastinación quedan deteriorados por la humedad, invadidos de gránulos de arena cuando no embadurnados con crema de protección antisolar. Grave error es considerar que el libro debe formar parte del atrezzo playero, junto con la sombrilla, la toalla, los potingues de Nivea y el tupper de tortilla. Para esos menesteres de lectura horizontal con visera, mejor la revista o el periódico. No menor error es el pensar que el libro de compañía veraniega debe ser liviano de contenido, con preferencia de novela negra y con subpreferencia de nacionalidad española. Ese mito de que los calores aflojan las neuronas, y por tanto desaconsejan las lecturas reflexivas, lo propician quienes tienen ablandado el cerebro todo el año. Mi propuesta pasa por una lectura en interiores, variada -en la que no falte el ensayo o la poesía-, a ser posible a resguardo de allegados, convivientes y pelmazos domingueros, único modo de no distraerse con el paisaje y paisanaje del entorno.