Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


La Epifanía

06/01/2022

Son tantas las cosas que nos han ocurrido esta Navidad, que lo mejor que puede pasarnos en este inicio del año es la Epifanía. Un vocablo de origen griego que significa 'manifestación, mostrarse a' y que los cristianos utilizaron casi desde el principio para referirse a la Adoración de los Reyes Magos, el momento en que el Salvador se muestra al mundo. De esta forma, Jesucristo es expuesto por sus padres desde el pesebre a los tres sabios de Oriente, que simbolizan todas las ciencias y saberes del orbe en aquel momento. Todos ellos se postran ante quien sin duda consideran un enviado del Cielo y lo hacen llevándole los más altos presentes que podían encontrarse en aquella época: el oro, el incienso y la mirra. El dinero, la riqueza, lo sacro y el embalsamamiento, la otra vida, el Más Allá. Tres señores, cada uno de su raza y conocimiento. La Tierra entera a los pies del Niño. Si es que si no existiera la Navidad, habría que inventarla.
La Epifanía es la fiesta más hermosa de todo el año y guarda la esencia de lo que es el hombre y su paso por la vida. Nacemos y morimos demandando amor y recorremos todo un trayecto que se inicia en la niñez para acabarlo en la senectud, curiosamente en esa etapa de la vida donde todo es la vuelta al origen. El viaje de Ulises, la Ítaca de la infancia, la única patria posible, como decía el poeta, y a donde el hombre siempre regresa. Entrevisté a Perales el último Día de Castilla-La Mancha y me confesaba que toda su niñez en Castejón pasaba por volar las montañas y llegar al otro punto del mundo, al confín mismo de la tierra. Los sueños se hacían de viajes interminables al otro lado de las montañas y las ilusiones que pudieran esconderse detrás de sus picos. Sin embargo, andado el tiempo, toda su obsesión era volver. La vuelta ansiada y deseada después de haber conquistado todos los mundos posibles y todos los mares desplegados. Ese es el hombre mismo, su finitud y su esencia. Desplegarse y extenderse con sus cinco sentidos por los confines del orbe para después volver a replegarse en su inicio. Volver a empezar. Qué no daría yo por empezar de nuevo…
La fiesta de los Reyes Magos es la más hermosa de todo el año y malditos sean aquellos que quieran acabar con ella y quitarle siquiera un ápice de la magia que la envuelve. Estuve en el corazón de Melchor hace unos años en Toledo y creo que no hay experiencia más conmovedora ni gratificante en la vida. Llevo prendidas en el alma las miradas de miles niños que no olvidaré mientras viva. Son mi regalo permanente y eterno de gratitud perpetua. La ilusión que nunca se pierde, que hay que cuidar, cultivar, mimar y hacerla crecer para el resto de los días. Es labor de la inteligencia y la sabiduría unidas por siempre, en la mayor tarea que se le ha encomendado al hombre, que es vivir y cruzar la existencia dejando la huella de su impronta. La luz que nos guía y se manifiesta en esta Epifanía. Como curiosidad etimológica, señalaré que el término griego phaínein lleva intrínseca la raíz indoeuropea bha-, que significa brillar, y que está presente en phos, luz. Así pues, la Epifanía, aparte de ser la manifestación de Dios al mundo, es la luz que ha de brillar en nuestros días. Luz de la buena, de la que no cuesta ni hay que pagar a fin de mes. Pero por eso mismo, la más cara. Si la encuentra, la lleva, la porta o tiene cerca quien la desprenda, constrúyale un altar para el resto de su vida.