Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


El final del esperpento

12/12/2022

Viendo el jolgorio y el júbilo de los marroquíes después de derrotar a la selección de fútbol de Luis Enrique en los penaltis (curiosamente España no logró perforar ni una sola vez la portería del meta marroquí en 120 minutos, más tres penaltis: todo un récord de inutilidad), uno no pudo menos de retrotraerse al pasado, cuando los españolitos pobres y acomplejados ganaban, de uvas a peras, una competición de tronío, como la que ganamos, en 1964, frente a la Rusia del mítico Yatsin, con fama de imbatible, con gol de cabeza de Marcelino a centro de Pereda?, tras un 1 – 1 que no auguraba nada bueno. Aquella copa de Europa fue como tocar el cielo. Allí, presidiendo aquel encuentro estaba Franco, y no sé qué hubiera ocurrido si Rusia (o mejor la URSS) se hubiera coronado campeón. Pero era mucha el hambre, y lo que para aquellos jugadores soviéticos era un simple partido de fútbol, para nosotros era, por el contrario, cuestión de vida o muerte, y, sobre todo, cuestión de honor.
De entonces acá, el fútbol -en especial el de Selecciones nacionales–, convertido  definitivamente en puro nacionalismo, viene sirviendo de vendettas reivindicativas. Lo que disfrutamos ganando a Francia, o a Suiza, donde nuestros compatriotas hacían los trabajos de desecho. Eran verdaderas explosiones de entusiasmo, que, por lo general, se convertían en vapuleos cada vez que los germanos nos cogían por banda, y de cuando en cuando los ingleses, y los italianos que  nos volvían locos con las tandas de penaltis.
Menudeaban los triunfos, pero en los Mundiales no pasábamos de cuartos. Era como una maldición (aquel gol que Cardeñosa falló a puerta vacía frente a Brasil; Bélgica nos echaba de otro Mundial por penaltis; los coreanos nos birlaban la cartera en uno de los muchos atracos que sufrimos por esos mundos de Dios).
Por fortuna, después de la generación del Buitre (que tampoco tocó bola) y la de Raúl González (que se quedó en puertas), vino Luis Aragonés, el sabio de Hortaleza, y su lema 'Ganar, ganar y ganar', y vaya que sí ganó, armando una selección imbatible, y que a más de uno le recordó a aquel Brasil majestuoso de 1970. Tenía, claro está excelentes mimbres: Casillas, Chavi, Iniesta (de mi vida, que decía Camacho), Pujol, Villa. etc. Un fútbol que deslumbró al mundo entero (y que dieron en denominar tiki-taka) y que dirigido, primero, por el maestro Aragonés y, posteriormente, por Vicente del Bosque, el combinado español tocaba el cielo en julio de 2010, con aquel mágico gol de Iniesta (que hizo realidad el gran sueño de todo futbolista). Dos copas de Europa y una del Mundo, fue el balance.
Los hay que pensaban que el milagro (o mejor industria) se iba a repetir; pero, en el fútbol, como en la Historia, son momentos estelares los que le permiten avanzar. Y, para colmo, la civilización y el progreso, encargados de ajar las almas y el fantasma del aburguesamiento, por no hablar del dinero, hacen que el futbolista de raza y con hambre de victorias y laureles fenezca. Pretender que niños de 19 años, hartos de millones y de mimos, te resuelvan la papeleta ante equipos que en teoría no son nadie, como es el caso de Japón y Marruecos, pero que ya están hartos de ser comparsas y tienen hambre de gloria, es asunto baladí, y aún más si vemos que el cómitre encargado de dirigir la escuadra tiene la soberbia por bandera, y va por la vida convencido de que sólo su idea es válida. El resultado, un estrepitoso fracaso, uno más cuando constatamos que estamos donde estábamos, dado que el antiguo tiki-taka se ha convertido en toka-nada, por falta de chispa, inspiración y espíritu de sacrificio. En situaciones como la que acabamos de vivir, uno, indefectiblemente, se acuerda del entrañable entrenador albaceteño Camoto, que un día, harto de sus jugadores, les espetó: «Señores, no nos engañemos, somos once pepas». Humildad, amigo Sancho. En este mundo en que pervivimos, el más tonto hace relojes (que hasta funcionan) y quien menos te piensas, en cuanto te descuidas te pinta la cara.