Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Suspensos

24/06/2022

Tienen lugar estos días las evaluaciones finales en los centros de secundaria, y nunca fue más cierto lo de «finales», porque los exámenes de septiembre ya han pasado definitivamente a mejor vida. A los alumnos de bachillerato se les ha cambiado septiembre por una «evaluación extraordinaria» que realizan tres semanas después de la «ordinaria». De ahí, supongo, el carácter extraordinario de esta evaluación que permite a algunos alumnos lograr en menos de un mes lo que no han hecho en todo el curso. A los alumnos de la ESO ni tan siquiera se les brinda la ocasión de volver a examinarse, pues se ha sustituido el rancio concepto de estudiar y volver a presentarse por pasarlos de curso y amén. Esto resulta muy conveniente para las familias, que de un plumazo legislativo se han visto liberadas del engorro estival de los suspensos del niño, pero ha hundido en la miseria a las academias y profesores particulares, a quienes la Lomloe ha dejado sin materia prima. La posibilidad de pasar de curso con materias suspensas no es algo novedoso, pero estaba limitada a dos materias que no podían ser lengua ni matemáticas. Ahora el máximo de suspensos desaparece, así como la naturaleza de las asignaturas no superadas. Se pide a los profesores que ejerzan de adivinos (¿aprovechará el niño o la niña el próximo curso con su lote de suspensos?), aunque se les advierte de que el alumno repetidor debe ser el unicornio del sistema educativo, por lo escaso. El objetivo último es automatizar el paso de un curso al siguiente, con lo que la carga de ignorancia del alumno irá creciendo en peso y volumen sin que ello suponga un serio obstáculo para alcanzar el título de la ESO, que nuestros jóvenes conquistarán con sus lagunas de conocimiento intactas, pues la ineptitud es un recipiente que nunca se colma por más que los chicos y la legislación se empeñen en llenarlo. Del bachillerato hablaremos otro día.