Breve historia del Reloj de la Villa de Tobarra

G. González
-

La obra de la torre y la adquisición del mismo fue costeada por el propio Ayuntamiento de Tobarra y no hubo donación de ningún tipo por parte de particulares o empresas

Imagen del Reloj de la Villa de Tobarra - Foto: G. González

Dentro de la programación de la III edición del ciclo Tobarra Cultural, para el próximo jueves 21 de julio se ha previsto realizar una Ruta nocturna por San Roque el Viejo que, con salida desde la calle de La Parra, visitará el Reloj de la Villa que,  contrariamente a lo que se afirma desde hace décadas, la obra de la actual torre y la adquisición del mismo fue costeada íntegramente por el propio Ayuntamiento de Tobarra, sin que hubiese donación de ningún tipo por parte de particulares o empresas y mucho menos la que construyó el colegio público Cervantes, con la que el consistorio tuvo varios contenciosos y enfrentamientos. Tobarra contaba con un Reloj de Villa (así era definido por propios y extraños) ubicado en una torre en el actual cerro de la Encarnación y en el Ayuntamiento existía la plaza de encargado que ocupó durante años José Miguel Marín Tévar, al que por sus servicios como tal en 1907, se le pagó una factura de 31,25 pesetas.  Por otro lado, ante los múltiples problemas del mismo, que muchos días no funcionaba, como ocurrió en julio de 1917, se contrataban los servicios, entre otros, del relojero Manuel Jiménez, que presentó una minuta de 35 pesetas por los arreglos realizados ese año. Dados «los múltiples y consiguientes perjuicios» que provocaba el viejo reloj con sus constantes averías, en 1926 el alcalde, Juan Pastor, explica que se acuerda adquirir un nuevo Reloj de Villa, «adquisición que no sería difícil de realizar, bien sea satisfaciendo su importe a plazos o al contado, con la cooperación de los agricultores, que son los que más lo necesitan, especialmente para las operaciones de riegos en la huerta».

Pleno extraordinario.  El pleno extraordinario del 22 de octubre acuerda «que se adquiera el reloj, directamente por el Ayuntamiento, sin el concurso ni cooperación de los agricultores, ni de persona alguna» y se faculta al alcalde para que realice las gestiones oportunas a tal fin «y que se pague a plazos o al contado, según se considere más beneficioso para el Ayuntamiento». Deciden que se consigne una partida en el presupuesto de 1927. En el mes de enero de 1927 se hace constar que «para instalar el nuevo Reloj de Villa, es necesario proceder a la realización de las obras de construcción de la torreta donde ha de colocarse, para lo que se ha recabado del maestro aparejador de obras, Emilio Gómez Gómez, vecino de Madrid, la confección de un plano y presupuesto de dichas obras».

Costó 3.500 pesetas.  El Ayuntamiento nombró al tobarreño Pedro Huerta Torres, para que «como persona técnica, se encargue de vigilar dichas obras y al personal que en ellas trabajan».  Obras que, «para evitar trámites y delaciones, dado lo avanzado de la época y teniendo en cuenta que el conste no alcanza, ni con mucho, la cantidad de 5.000 pesetas» se ejecutaron mediante un concierto, bajo la dirección del referido maestro aparejador

Pedro Huerta ganaba un jornal diario de seis pesetas mientras duró su servicio de vigilancia y el gasto total de las obras de construcción de la torre, una vez finalizadas,  ascendió a 3.500 pesetas. El nuevo reloj empezó a funcionar, con la torre terminada en su actual emplazamiento, antes del verano de 1927.

«Hay que cambiarlo».  En junio de 1927, el alcalde, ante el malestar del vecindario, resaltó los problemas existentes con el nuevo reloj: «debido a su emplazamiento, a gran altura, en un punto culminante del cerro, a pesar del gran tamaño de sus esferas, éstas no se distinguen bien desde cierta distancia y menos aún puede apreciarse la hora. En cuanto a la campana, por ser de tamaño reducido, difícilmente se oye desde la huerta circundante». El relojero Liza acudió a un pleno, con el fin de acordar «lo procedente   para que el mencionado reloj responda a las necesidades que motivaron su creación, dando con ello satisfacción a todos los vecinos y con el deseo de dotar al pueblo de un reloj que responda a todas las necesidades y por todos los conceptos, tanto en lo que se refiere a visualidad, cuanto a sonoridad». Aconsejados por dicho profesional, se acordó proceder al cambio «de la maquinaria ya existente del número cuatro, por otra del número siete»; sustituir la campana ya instalada, que pesaba unos 200 kilos, por otra de 600. Respecto a las esferas existentes se acordó que se trajeran los accesorios necesarios «para otras cuatro esferas de tres metros de diámetro cada una, que se construirán de uralita».  Hay que indicar que se conoce como tal al fibrocemento y que desde la primera década del siglo XX se llamó así por la empresa que lo comercializaba. El relojero Manuel Liza presupuesta los cambios que se iban a realizar, en 2.000 pesetas de incremento con respecto al contrato de octubre de 1926 para el anterior reloj y por el que se debían pagar todavía unas 4.500 pesetas, más otras 1.500 «para las esferas y el resto de gastos». El presupuesto para la instalación de las cuatro esferas y las agujas del reloj, lo realiza Manuel Andrés Rubio, en 1.160 pesetas, incluyendo otros gastos, cantidad inferior a las presupuestadas con anterioridad por el consistorio.

(Más información en la edición impresa o en la APP https://latribunadealbacete.promecal.es)