Personajes con historia - María Pita

La heroína gallega que derrotó al pirata Drake


Antonio Pérez Henares - 07/03/2022

Los piratas, tan enaltecidos por el cine, que tiene ADN anglosajón, no eran otra cosa que asesinos y ladrones. Atacaban a pacíficas y desguarnecidas poblaciones y a barcos indefensos. Saqueaban, violaban, mataban e incendiaban todo cuanto podían, procurando no toparse con buques de la Armada española. Pues sabían bien lo que les esperaba y lo que les terminó ocurriendo a la mayoría de ellos, terminar ahorcados.

En el caso inglés, y en el de otra naciones enemigas del Imperio Español, sus gobiernos y sus reyes no dudaron en ampararlos, pues todo valía contra la potencia hegemónica. Su propaganda ha blanqueado, por ello, su verdadera y terrible cara, al tiempo que ha maximizado sus éxitos. Que los tuvieron pero que, aunque viendo toda la reiterativa sarta de películas hasta hoy en día, parecerían totales y demoledores y no se comprende como pudo sobrevivir el imperio, no fueron ni tales, ni tantos. Contra los galeones hispanos se estrellaron siempre y a la Flota de Indias, su oscuro objeto de deseo, la estadística real demuestra que tan solo consiguieron apoderarse de un uno por ciento de sus naves y envíos.

El mas famoso de todos ellos, ascendido a almirante por la reina Isabel I de Inglaterra, fue Francis Drake, que ademas de pirata fue muy mentiroso, pues pretendía haber sido el primero en dar la vuelta al mundo, que ya tenía muy bien dada y decenios antes, Juan Sebastián Elcano. Fue discípulo adelantado de otro pájaro de parecida estofa llamado Hawkins, su maestro en estas lides. Y pareciera que ambos fueron algo así como invencibles por los españoles cuando la Historia lo que indica es que más bien se mellaron en muchas ocasiones los dientes para acabar dejándose el pellejo. De hecho, el gran éxito de Drake al principio de su carrera lo fue tan solo para él y su barco, el único que logró volver a Inglaterra con un gran botín fruto de saqueos en la América española, con la que la corona inglesa estaba en paz, y desprevenida. La suya fue la única nave que logro salvarse pero le valió para su fama y riqueza pues en efecto la cuantía de lo robado fue enorme. Convertido nada menos que en sir, participó en la defensa contra la Armada Invencible, otro cuento amplificado por nosotros mismos, que en absoluto supuso merma del potencial de nuestra marina, pues no se perdieron apenas barcos, aunque se frustrara el objetivo.

La heroína gallega que derrotó al pirata Drake La heroína gallega que derrotó al pirata Drake De ello, magnificado el supuesto desastre español, se ha hablado mucho, pero muy poco de lo que sucedió a continuación, que fue el contraataque, la contra armada inglesa que osó atacar a España y salió chamuscada. De hecho fue un desastre mayor que el sufrido por los españoles pero, una vez más perdida la batalla publicitaria, de ello casi no queda memoria. Menos mal que en los combates emergió la figura popular y bravía de María Pita. Y por ella resulta que sabemos algo de aquello y nos podemos enorgullecer de una gesta propia y de una derrota, no sería la última ni mucho menos, que le propinamos a los ingleses por aquel entonces.

María Pita se llamaba María Mayor Fernández de Cámara y Pita y había nacido en la aldea de Sigrás, al lado de la villa de Cambre, en La Coruña en el año 1560. Se sabe bastante poco de su infancia, pero algo ha podido conocerse, porque si algo nos sobra son archivos, nos encanta la burocracia, y en el de Simancas hay substancia y huella de todo. María nació en una familia modesta, su padre, Simón Arnao y su madre, María Pita, la Vieja, eran propietarios de una pequeña tienda en La Coruña. Y ella ayudaba en el negocio familiar junto a su hermanastra, hija de un matrimonio anterior de la Vieja, con un tonelero.

La joven María Pita mejoró su situación al casarse en 1581, con un carnicero vecino, Juan Alonso de Rois, que tenía mejor fortuna, dos casas en la ciudad y viñas por la comarca. Pero le duró poco, que esa sería la desdichada pauta de la gallega con los cuatro maridos que tuvo, y se le murió a los cuatro años, en 1585, dejándole con una niña, María Alonso de Rois. 

La viudedad no era cosa nada deseable para una mujer por aquella época y menos con una niña a su cargo, y a los tres años volvió a casarse de nuevo y otra vez con un carnicero, Gregorio de Rocamonde que aún le duró menos, pues a este se lo mataron al año siguiente los ingleses.

Fue el momento en que entró en escena Francis Drake y ella pasó a la Historia. La gran flota inglesa se presentó en mayo de 1589 ante La Coruña, que no tenía defensas para impedir su desembarco, que lograron realizar sin excesivo problema, así como apoderarse de los arrabales para luego comenzar el asedio y el asalto de las murallas de la ciudad. Los coruñeses de toda condición y sexo subieron a los muros a ayudar a los soldados a defenderla. Las tropas inglesas lograron al poco abrir brecha y se lanzaron por ella al ataque definitivo. Parecía que el triunfo y la toma de la ciudad estaba en sus manos cuando se produjo el hecho que permanece vivo en la memoria de los vecinos y de todos cuantos visitan aquella urbe. 

Un bravo combate

Los asaltantes dieron muerte al marido de María, Rocamonde, y entonces ella se abalanzó como una furia contra el abanderado ingles, gritando en gallego, «Quen teña honra, que me siga», que no es preciso traducir al castellano. Le arrebató la lanza en la que tremolaba la bandera inglesa y se la clavó en el pecho dándole muerte. Los coruñeses encorajinados por su ejemplo cargaron con rabia contra los asaltantes y estos desmoralizados por la muerte del pequeño de los Drake y las furias que se les venían encima se dieron a la fuga. Se tapó la brecha, se recupero el ánimo, decayó el del enemigo y sir Francis ordenó el reembarque de sus 12.000 hombres y se fue con viento fresco en las velas.

No fue María Pita, de ello hay sobrada documentación, la única mujer que participó en la defensa de su ciudad ni fueron pocos los paisanos que perecieron en el asalto. De otra de aquellas mujeres heroicas, otro nombre ha llegado también a nuestros días, Inés de Ben, quien resultó herida en los combates. 

 La gesta de María Pita fue muy celebrada por sus vecinos, pero ella volvía a estar viuda y con una hija a su cargo. Pero, una vez más, lo remedió muy pronto y al años siguientes volvió a casarse, esta vez con un marino, el capitán Sancho de Arratia, que llegó a La Coruña procedente de Sanlúcar de Barrameda al mando de tres buques que traían armas y pertrechos para la Armada Real fondeada en los puertos gallegos. 

Pero estaba claro que, por una causa u otra, se le morían todos y eso volvió a sucederle. Dos años y pico después, en el invierno de 1592, volvió a quedarse viuda y ahora con una hija mas, habida con el marino, Francisca de Arratia.

Esta vez ya tardó un poco mas en buscar sustituto. Ademas anduvo enredada en pleitos y no pequeños, pues hasta le costaron un destierro. Porque desde luego, está más que probado, que no solo contra los ingleses, el carácter de la gallega era bravío. El enredo en que se vio metida cuatro años más tarde fue una querella criminal interpuesta contra ella por un capitán, Peralta, alojado en una casa de su propiedad que la acusó de haber intentado asesinarlo al frente de un grupo de vecinos durante un asalto para expulsarlo de la vivienda.

De entrada, la grave acusación la llevó a la cárcel, donde pasó unos meses y de salida la sentencia le fue contraria y se la condenó al destierro. Pero menuda era María Pita para venirse abajo por ello. Es más, aprovechó el asunto para dirigirse a la Corte y al Rey Felipe II, pidiéndole amparo ante lo que consideraba mentiras e infundios del moroso capitán Peralta, que no quería pagarle los alquileres y pretendía seguir viviendo en su casa, un okupa vamos, y de paso requiriendo del Monarca alguna recompensa por los servicios prestados contra los ingleses en los que además había perdido un marido.

El Monarca Don Felipe leyó sus memoriales, le cayó en gracia y le concedió la suya. Le dio una licencia real que le permitió regresar a La Coruña, donde fue muy jubilosamente recibida por el vecindario y además le autorizaba emprender un negocio de exportación de mulas a Portugal. Y como colofón le concedió una pensión con cargo a los presupuestos militares coruñeses equivalente al sueldo de un alférez más cinco escudos mensuales.

Porque a todo esto y en el ínterin de los pleitos, la condena y los memoriales, habían pasado los años y María había vuelto a casarse por cuarta vez, en 1598, esta vez ya con un hidalgo, que le duró algo mas que los otros. Se llamaba Gil de Figueroa, y era un escudero de la Real Audiencia de Galicia. Ademas de los pleitos ajenos se metió en propios y en el año 1606 volvió a la Corte y esta vez, aunque le costó, o le gustó, andar por ella y los madriles casi un año, también logró sacar fruto, pues el Rey, ya Felipe III, le concedió un aumento del sueldo y nuevas licencias para sus exportaciones de mulas y de algunas otras mercancías.

De este matrimonio tuvo otros dos hijos, Juan y Francisco Bermúdez de Figueroa, y que a la postre supusieron nuevos pleitos, tras la muerte del cuarto y último marido, en 1613, pues los hermanos de diferentes matrimonios no se llevaron precisamente bien entre ellos. María Pita estuvo enredada y entretenida en ellos, en ocasiones con enfrentamientos no exactamente pacíficos. Su fama de mujer osada y pendenciera no decayó nunca hasta su muerte en su terruño natal, cuando le quedaban solo tres años, para llegar a los 80, entonces una edad muy longeva, en Cambre, donde se había retirado ya en sus últimos años a una casa y unas tierras y viñas que allí tenía. La ciudad de La Coruña la recuerda con cariño y hasta devoción y es quizás su mejor y mas querido referente, que despierta una unanimidad completa, aunque a la gallega. De ello doy fe y, es más, comparto tras haber hecho allí la mili en mis años mozos y tenerla casi un año de vecina, a su estatua claro, en la hermosa plaza mayor en que se enclava y a la que da nombre, donde se yergue también el monumental Ayuntamiento de la villa.

La escultura, en bronce, es obra de Xosé Castiñeiras, y en ella se representa a la heroína con la lanza con la que mató al alférez inglés mientras coge con la otra mano el cuerpo sin vida de su marido, Gregorio de Rocamonde. La altura total de la escultura es de 9,31 metros y su peso de 30 toneladas. Es el lugar de encuentro por excelencia de coruñeses y de visitantes. No tiene pérdida.

También existe una casa museo dedicada a su vida en el lugar donde en el siglo XVI vivió con su primer marido, Juan Alonso de Rois, en la calle Herrerías.

Pero quizás el mas hermoso homenaje, entre todos los que se le han dedicado y se le dedican, ella desde luego no ha caído en el olvido, fue el que se le hizo a principios del siglo XIX, en 1803 al ponerle su nombre al buque en el que se realizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la del doctor Balmis quien junto a la enfermera Beatriz Zendal llevaron la vacuna de la viruela a todo el mundo hispánico.

Arrojado al mar

Por cierto, y volviendo a Drake, este, para cuando murió María Pita llevaba en el fondo del océano ya bastantes años donde al decir de Lope de Vega, «roerán tus huesos los peces mudos, hideputa» (La Dragontea). Su último ataque contra las posesiones españolas en América fue un gran fiasco y eso que habían armado una potente flota en la que se concitó lo mas granado de la piratería británica, pues con Drake fue su maestro Hawkins. 

Para fortuna de España y de las gentes de la América hispana no volvieron ninguno. Nada mas comenzar la singladura, en aguas canarias de Tenerife perdieron el primer navío, llegado ante el fuerte del Morro, en San Juan de Puerto Rico, un artillero español les metió un zambombazo por la rendija de luz del puente donde estaban reunidos todos los capitanes llevándose por delante a Hawkins e hiriendo a otros, tal vez al mismo Drake. Este siguió hasta Cartagena de Indias, ante la que ya, fortificada y guarnecida, nada pudo hacer, excepto perder más barcos, al igual que luego ante Portobello (Panamá) en cuya bahía acabaron por tirar su cuerpo al mar, dicen que en un ataúd de plomo, tras fallecer bien de escorbuto y de la metralla que traía dentro desde Puerto Rico. 

Un último buque que les quedaba a los filibusteros hubo de salir a escape y tirando los cañones por la borda para no ser alcanzado por las velas españoles de vuelta a Inglaterra, donde lo único que trajeron fue el susto en el cuerpo y las noticias de la muerte de sus jefes, en particular la del sir Francis.