Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Esperanza

30/12/2022

Si eres un señor Scrooge o un Grinch de la vida, ya va quedando menos. Los odiadores de la Navidad solo tenéis una semana para salir del sarcófago o de la guarida donde permanecéis escondidos. Esto, los más afortunados. Los menos no han corrido tanta suerte y andan ahí, a lo loco, mezclados con los que se abrazan, disfrutan e incluso cantan villancicos de bar en bar o de plaza en plaza. La recta final promete ser incluso más tormentosa. Cuentan que el día 31, una vez llegado el mediodía, las cuadrillas de amigos se hacen fuertes. Pasó también el día de Nochebuena. Los bares sacan barras a la calle y, como parece que viene buen tiempo para el último día del año, las preúvas amenazan con sacar más gente fuera de sus casas que las que se van a quedar dentro. La puntilla para los que aborrecen la Navidad. Les escucharán cualquier tipo de excusa. La primera, un tópico de todos los años. «¿Qué tendrán que ver esos vermús eternos con el Nacimiento de Dios?». Y no les falta razón, aunque sea solo la forma de empezar un lamento que prolongan con argumentos diversos. Como muestra, valgan cuatro. Primero. Que esos jóvenes y no tan jóvenes llegan después como piojos a la cena. Segundo. El ruido les molesta. La música de los pinchadiscos no es navideña. Tres. Que la proliferación de botellones andantes no beneficia en nada a los hosteleros que han pagado el DJ o la charanga de turno para animar al personal, además de los impuestos habituales. Y cuatro. La suciedad que dejan. Los meados y vomitonas por cualquier esquina. Un asco, vamos.
Si quedara todo impoluto, cantaran el villancico Campana sobre Campana modo bucle o bebieran sin parar San Francisco sin alcohol, recurrirían a otras quejas. Tampoco les gustarían demasiado si, a los que salen en grupo, les diera por acudir a ver los belenes de forma masiva. Entonces nos hablarían de la España laica, cuando en realidad quieren imponer una España laicista y aborregada, en la que todos estemos bien adoctrinados en cómo pensar, sentir e incluso celebrar. Volvernos al blanco y negro.
Tampoco hay que ponerse especialmente estupendo, que el año ha sido complicado. ¿Y cuál no lo es? Por eso, convendría huir de los Grinch y de los que nos anticipan el fin del mundo antes de tiempo. Son los mismos que en verano nos contaron que el turismo se recuperaba en una especie de Carpe Diem y que luego no volveríamos a poder viajar hasta dentro de un lustro. Son los mismos que presagiaron que no podríamos ni encender la calefacción o llenar el depósito del coche, aunque tuviéramos dinero para hacerlo. Los que ven una quiebra financiera por cada esquina. Agoreros que nos invitan a guardar el poco dinero que nos quede debajo del colchón. Háganles el caso justo. La pandemia no acabó con nosotros en su momento y ahora dicen que la explosión de casos en China nos volverá a infectar a todos. Otra vez hablan de tsunami y de todo el elenco de palabras gruesas con las que pretenden generar una alarma general.
Llega el último día del año y todos esos mensajes apocalípticos se amontonan. Incertidumbre, como si nunca antes la hubiera habido. Por lo que tienen, disfruten. Por lo que pueda venir, también, aunque no será el fin de los tiempos. Todavía es Navidad. Y crean o no en el Misterio del Nacimiento, agárrense a la esperanza que desprende. Tenemos 365 días por delante para hacerlo.