José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Posesiones

22/12/2021

No recuerdo dónde leí que los ancestros de ciertas tribus diseminadas por el Amazonas y Oceanía decidieron hace siglos renunciar a las posesiones, a cualquier tipo de propiedad privada. Me ha venido esto a la mente mientras paseaba esta tarde por las zonas menos transitadas de la ciudad, lejos de la gándara consumista del centro urbano atestada de bandullos invernales, bien protegidos del frío, satisfechos de calor y de pan. Las dos principales preocupaciones de estas tribus a las que me refería antes son alimentarse y protegerse de las inclemencias climáticas. Lo demás les importa en la medida en que sea compartido por todos; no existen para ellos el concepto de la posesión privativa, ni el proceso de compraventa, ni la competencia, ni la envidia, ni tampoco sufren en sus conciencias los mordiscos víricos del lujo y del dinero. Su bienestar no se basa en «tener», sino en «ser»; su «bienestar» es, en palabras de Lledó, un «bienser».
Por muy idílica y adánica que pueda parecer esta filosofía de vida, en la que no existen las palabras «mío» y «tuyo», yo no me iría a un poblado de estos, perdido de la mano de Dios, a alimentarme de larvas y de otras criaturas extrañas y a recostarme sobre un suelo de barro, paja inmunda y roñas diversas, con las orejas y los morros atravesados por cánulas de bambú y llevando como única prenda de vestir un taparrabos azafranado por la ausencia de papel. Cierto que estos indígenas poseen una amplia cultura adquirida de la inmensa enciclopedia que les ofrece la Naturaleza y que entre ellos se la transmiten oralmente de generación en generación, pero yo ya no concibo la vida sin mis libros, sin la posibilidad de escribir, sin el acceso a la investigación.
Ni aquello ni esto. Aquí compramos por comprar, incluso lo que no necesitamos. Compramos a ventregadas. Y esta cultura consumista percude, como el cieno, entre las umbrías losas de nuestra conciencia y envilece nuestra membrana ética. Las posesiones esclavizan porque toda adquisición conlleva una servidumbre; por ello, poseer lo imprescindible es una marca de riqueza, no de pobreza, y permite disfrutar de lo más sublime, de lo que no tiene precio: la libertad.

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