Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Indulgencia

09/07/2022

Lutero, cuando estaba asediado por el sentimiento de culpa, sentía la necesidad de un Dios indulgente. La enseñanza de Lutero era la de pretender perdón, disimular los yerros y estar en disposición de ser cesionario de gracias. La angustia de Martín Lutero es capaz del anhelo del disimulo del yerro ajeno y propio. Disimular lo que uno hace mal -por negligencia- frente al otro sólo es posible en una relación precisa de alteridad; el otro será caritativo y esperará, en su caso, la educación benéfica de éste cuando el disimulo lo es propio. El hombre educado soporta la falta de indulgencia como ofensa privada e íntima -más íntima cuando entiende que el ofensor prevarica moralmente- y aquí ya podríamos ir a los usos sociales de Luis Recasens o al proyecto vital del que hablara Ortega. Estas cosas parecen contar poco cuando uno sigue la política de hoy o las tertulias culturales o la creación literaria tan pobre -pero quizá sea engañosa y cuente mucho la indulgencia-. Cuando uno percibe en el otro la imposibilidad, el sentido del uso social y la cortesía como yermos, le acontece como un empobrecimiento dramático de la esencia humana. Pero Lutero engaña. Su protesta es contra las indulgencias    -bajo precio- que perdonan. Y esa indulgencia, pese al escándalo, alza en cierta medida el asedio y el sentimiento culpable. Hay un dolor originario de la conciencia que grava las relaciones personales -la conciencia contiene posibilidades y rebasa los deseos y anhelos- y que pretende la indulgencia como un hecho de valentía. Nada hay peor que no perdonarse, ceñir todavía más el asedio de la culpa y condenar la indulgencia por soberbia -la cruz de la cobardía-. Para Lutero, en el fondo, el otro sigue siendo siempre el otro y el exigir unidad puede trocarse súbitamente en el sentimiento de estar rodeados de enemigos; y frente al enemigo no cabe el disimulo del yerro, tampoco la indulgencia, es difícil vivir en guerra perpetua. De ahí al fundamentalismo el trecho es corto -Savonarola hizo quemar los cuadros de Botticelli para castigar a los Médicis-.La indulgencia es una necesidad vital que desenreda caminos necesariamente enredados. La indulgencia es un modo de piedad  -la valentía para ser-. Ser indulgente desarma -no del todo- la culpa.