Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Maquiavelo

14/01/2023

Maquiavelo dejó dicho que en su exilio le bastaban la Historia de Roma de Tito Livio y las Vidas paralelas de Plutarco. Naturalmente esto no era cierto (frecuentar a Maquiavelo es compartir a sus favoritos; y si uno dispone de una buena tarde, Mauricio Viroli excitará sus pasiones: leyendo La sonrisa de Maquiavelo acabaremos por hablar de Petrarca y Cicerón). Pero dejémonos llevar un rato de la mano de Plutarco -sin olvidar que fue un gran moralista; como Maquiavelo pese a lecturas torcidas de su Príncipe- y de Pelópidas, al que confrontó con Marcelo. Plutarco advierte que «los legisladores de los griegos castigan al que pierde el escudo y no al que arroja la espada y la lanza; enseñando con esto que primero es no recibir daño que causarlo a los enemigos». Esta caritativa advertencia -no recibir daño para procurarlo ajeno en grado máximo- enlaza con la gran fortaleza de la paciencia en los asuntos públicos -y el tratado de Maquiavelo lo es-. Maquiavelo fue paciente y como los tebanos en la muerte de Pelópidas, sabedor cierto del perpetuo exilio, cortó las crines a su caballo y en su casa de retiro, quitó las almenas de los muros, «para dar a entender que las ciudades lloraban», tal y como el florentino recordaba de Alejandro, muerto Efestión. Las historias terminantes encierran en sí mismas debilidad -el ucase sin apelación- y la debilidad es la gran falta que combate Maquiavelo a cuento de la política, desautorizándola como mal moral. Al hablar de Marcelo -tan severo y hasta crudo- elogia la ovación que en nada conviene amargura por no alcanzar el triunfo: el aclamado u ovacionado no va en carroza de cuatro caballos, «ni se le corona de laurel, ni se le tañen trompas, sino que marcha a pie con calzado llano, acompañado de flautistas en gran número y coronado de mirto, como para mostrarse pacífico y benigno, más bien que formidable». Ese mostrarse del que habla Plutarco es un calificativo moral. Dante y Erasmo movieron el ánimo de Maquiavelo -no el inamovible de Lorenzo de Médicis- que va más allá del poder político, desde el poder doméstico al poder espiritual  -de ahí Plutarco-. Recuerda a los censores que excluyen del senado a los desarreglados y disipadores. Y cree deseable la ovación al triunfo -gran y provechosa advertencia-.

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