Antonio García

Antonio García


Woody Allen

17/10/2022

La misma semana en que dieron el premio Nobel a Annie Ernaux, leía Gravedad cero, de Woody Allen y pude establecer un correlato entre la obra de los dos autores, con la salvedad de que a la francesa aún no la he leído. Si se fía uno de los especialistas, la obra de la premio Nobel responde a los presupuestos de la autoficción, subgénero en que el autor no precisa de imaginación para tramar argumentos o dibujar personajes porque los tiene en su entorno, empezando por él mismo, eje gravitatorio de todas las experiencias novelescas. Es lo que lleva haciendo Ernaux desde hace una treintena de años, y después de ella otras docenas de escritores, entre ellos el guapetón noruego más famoso por sus portadas que por sus textos. En la obra de Allen, concretamente a partir de Annie Hall, y con mojones clave como Manhattan, Stardust Memories, o Días de radio, también se han ido desperdigando fragmentos de autobiografía, si bien evitando regodearse en las miserias en las que esos otros novelistas parecen encontrar una fuente de placer masoquista. Teniendo en cuenta que Annie Hall es de 1977, el mismo año en que se nombró la hoy tan exitosa corriente, algún crédito habría que concederle al neoyorkino como pionero, aunque se alegue que lo suyo es cine y no literatura, aserto que habrá de corregirse a la vista de Crecer en Manhattan, -ultimo de los relatos del libro- en que se sintetizan literariamente varias de esas películas y que como pieza de ficción es bastante más verosímil que sus memorias reales. Lo que le falta a la tropa de autoficticios, el humor, lo tiene Gravedad cero -y el resto de sus libros- a puñados, motivo por el que nunca ha sido convocado a los premios Nobel, ni se le espera.