Festival Cervantino

Antonio Soria
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Una referencia mundial basada en 'Don Quijote', con origen en 1953

Universidad de Guanajuato. - Foto: Wikipedia

Bajo el grito del presidente Andrés Manuel López Obrador, que sigue reivindicando el ausente perdón del Reino de España por su conquista en el S.XV (e intento de reconquista en el XIX), en el desfile militar celebrado en la céntrica Plaza del Zócalo, participaron 15.145 elementos del Ejército Mexicano, la Armada de México, Guardia Nacional, Fuerza Aérea y el Agrupamiento de Charros, además de 598 vehículos, 4 unidades de maquinaria pesada, 243 caballos y 205 perros adiestrados, en esas muestras de poder tan propias de no pocos países del mundo (recordemos el español 12 de octubre, que no queda a la zaga). 

Fuerza militar. Aunque hoy vamos a hablar de poderío artístico, sostenido por el gobierno, como fuerza viva responsable del bien común y de velar por el empoderamiento de la sociedad que le da carta de naturaleza. A diferencia de España en general, y CLM en particular, Guanajuato, con el soporte del Gobierno de México, es sede de uno de los festivales más importantes de América del Sur, con un nombre que bien debería poner colorado al gobierno español, y de esta región, por no haber sido capaces de ponerlo en marcha: Festival Cervantino. Sí, querido lector, lo bueno es que en el Estado Libre y Soberano de Guanajuato, ciudad patrimonio de la humanidad que en los tiempos del presidente Benito Juárez fue capital del gobierno de México, se celebra, a pesar de las dificultades, la edición nº 49 del Festival Cervantino.

Hace años tuve el placer de actuar allá como solista, interpretando al piano las Noches en los Jardines de España de Manuel de Falla y la Rapsodia Sinfónica de Joaquín Turina junto a la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (residente del Cervantino) y me sorprendió sobremanera la presencia que de nuestro Don Quijote y su Sancho había en la ciudad. Recuerdo ir a estudiar en el piano de un museo donde me enseñaron un número de incunables del novelón de Cervantes superior a los que se conservan en la BNE. Agradabilísima ciudad donde el paseo libre, algo difícil en el país (so pena de secuestro), era un verdadero placer, transitando calles salpicadas de color, perfumadas con flores y ambientadas con mariachis tocando al aire libre, donde la gente alegremente platicaba mientras comía un tarro de fruta o bebía sus deliciosos jugos (zumos). Un paraíso en el que pica ser español, si recordamos lo espoliado, frente a un trato amabilísimo, con pleitesía y liberador de culpa. Recuerdo emoción ante los órganos de factura barroca, donde pude tocar a Arauxo a miles de kilómetros de su Sevilla natal, o ser regalado con rincones y momentos de surrealismo mágico como una cena en el Gallo pitagórico, donde me enseñaron que la famosa Coronita se toma sin limón.

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