Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Protervia

05/02/2022

Uno se admira de la protervia. La perversidad, la obstinación en la maldad, es incierta en nuestra literatura. Hay una maldad para con la infancia en los cuentos que sirve de advertencia -pero es una maldad categórica y sin matices; avisa al niño de que la elección culpable o la incuria conlleva la ruina- y esa literatura benéfica se pretende adulterar hoy para presentar cuentos pobres en contenidos, mutilados y llenos de desmalladuras. Ocurre en la religión donde personajes de mediocre levadura son artífices secundarios de la Cruz predicha -las tentaciones parecen salir más del opositor que de un diablo- y toda la enseñanza es advertencia, como son los niños avisados, pero esta vez se trata de un aviso sencillo, tal vez porque el hombre anhela órdenes del día compromisorias e indecisas -y el compromiso cristiano nada pretende de cláusulas ni de cautelas-. La maldad aparece en Shakespeare como una exigencia del lenguaje. Sus personajes son malvados a pesar o a costa de otros y su protervia crece conforme hablan y hablan -pero en Shakespeare no hay aviso moral, a lo más hay una balanza que a fuerza de pesar lo malo demanda un equilibrio, alejado del desequilibrio del bien triunfante, son las bases del ser y estar del hombre-. Se dirá que las guerras fomentan y decantan la obstinación en la maldad. Pero basta la consulta de los convenios y protocolos de Ginebra para admirarnos    -con el paso de los años no tanto- de cómo el hombre es capaz de matar como un deber patriótico y de hacer soluble el conflicto optando por el derecho, pues es de todo punto inaceptable para los hombres en guerra volver al hogar -a casa- y no poder tranquilizar a los hijos con la lectura de un cuento popular o asistir a un servicio religioso en los días de permiso -permiso para la paz doméstica que alivia el encono-. En el fondo nos hacemos lo que ya somos. Pero estas consideraciones lo son del común de los hombres, del hombre familiar, lleno de inquietud y cálido afecto -del hombre asustado que tiene afectos, lealtad y escrúpulos- que en tiempos convulsos anhela a Perrault o una sencilla parábola. Los protervos huyen de la batalla como lugar de honor y de peligro. Son perversos y obstinados como una tara social.