¿Más allá del monstruo?

C. B. S.
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Gonzalo Torné ofrece la otra cara de la autora de 'Frankenstein' en 'Amar y vivir. Mary Shelley'

Ilustración de la famosa novelista londinense.

Mary Shelley es para los manuales de Literatura la autora de una sola novela, Frankenstein, y para muchas de las series y películas sobre su vida una especie de sensible víctima alelada de su marido, el poeta Percy Shelley. Lo segundo es un fraude, una falsificación vergonzosa (pocos matrimonios literarios mejor avenidos que Percy y Mary: en el amor y en el amor libre, en las huidas y en los viajes, en la inspiración y la escritura), mientras que lo primero, si bien es verdad no es toda la verdad: es la autora de Frankenstein, pero también de mucho más. Así lo demuestra Gonzalo Torné en Amar y vivir. Mary Shelley (Hermida Editores).

Bajo su firma encontramos también unos inquietantes diarios, una colección extensa de relatos, una concentrada y muy meritoria colección de poesía, varias novelas y algunas de las cartas más emotivas de su siglo. La figura de Mary Shelley parece bien enfocada, pero de manera insuficiente. 

Quizás la Mary Shelley más desconocida sea la escritora de relatos. No tanto porque no circulen o permanezcan inéditos o traducidos y editados de cualquier manera (que, hasta cierto punto, también) sino porque se han leído como excrecencias de Frankenstein, siguiendo esa sana curiosidad que el lector siente cuando ha entrado en contacto con un mundo imaginario (el suyo) de averiguar más, de quedarse más tiempo del que le permite el texto. 

El arrastre de Frankenstein está bien, pero sitúa los relatos de Shelley en un marco de lectura interesante pero incompleto: el gótico, y si se quiere ser menos preciso históricamente: el terror. Lo gótico y lo terrorífico son marcos de lectura interesante en la medida que sus aficionados son numerosos y leales, buenos e infatigables lectores pero nos sustraen algo de la lectura, como si al entrar en un salón a oscuras enfocásemos la linterna hacia un único rincón, que está allí, que pertenece a la habitación, que tiene muchísimo interés... pero que si concentramos exclusivamente allí la mirada nos perderemos otras esquinas, por no hablar del conjunto.

La exclusividad gótica viene de lejos. Algo parecido le sucede a la novela con las películas y series sobre Frankenstein (y su novia y el resto de la familia) que la han resignificado como una novela de terror, de manera que el lector que llega al libro (escrito por una aristócrata inglesa de principios del siglo XIX) empapado de las versiones pop del personaje, no deja de sorprenderse del enfoque: moroso, gélido, intelectual, sobrecargado (en el mejor de los sentidos chisporroteante de energía) de una mezcla de mitología y una extraña nueva ciencia, demasiado milagrosa para creer en ella, demasiado sugestiva para desestimarla sin más: la ciencia de reavivar a los muertos. 

La mitología la encontramos en el subtítulo (El Prometeo Moderno) y la ciencia (una ciencia oscura, a medio formar, que avanza por intuición, en la penumbra, heredera de los sueños pegajosos de los alquimistas...) por todas partes. Y es en este peculiar cruce donde se desarrollan la mayoría de los relatos (y sin duda los mejores de Shelley): el cruce entre los relatos mitológicos donde el hombre le sustrae a Dios su poder y su conocimiento, y una ciencia que se ve capaz de revivir a los muertos o, al menos, de prolongar la vida hasta extremos inéditos. 

 

‘Fantaciencia’

Advierto al lector que el tono y el paisaje que rodean estos núcleos de fantaciencia son cualquier cosa menos góticos. Que nadie espere aquí la tramoya de las películas de terror ni los mecanismos del susto. El tono que eligió es el del relato romántico (las aventuras y el enamoramiento, donde las complicaciones omiten las complicaciones psicológicas y derivan de la posición social o de las obligaciones del cargo) y el paisaje es el más bello del mundo (del mundo que había visto): el del norte de Italia. 

Para los amantes del dato biográfico termino con uno escalofriante: la belleza de los paisajes transalpinos se imbrican en la mirada de Mary Shelley con el horror de la muerte de su marido y cómplice, Percy, en un naufragio. Esta amalgama de hermosura sensorial y futuro muerto se manifiesta (¡iba a escribir: palpita!) en muchas de las páginas de sus relatos y nos remiten a uno de sus poemas más sentidos, emocionantes y tristes que escribió Mary Shelley, autora de Frankestein, pero también de muchos otros textos que el lector todavía está a tiempo de descubrir: Encantadora Italia, todavía brilla tu sol tan ardiente, / ¡como cuando derramó tanto amor, esperanza y alegría sobre tí! / Tus encantadores campos abrazan la arcilla sagrada, / el envoltorio humano de los muertos demasiado tempranos, / junto a su modesta cama espero un día descansar.