Elena Serrallé

Elena Serrallé


Nada más y nada menos

11/05/2022

Me pidió cita hace tres días y anexo a esa cita el favor de atenderla con la máxima urgencia. De nuevo asaltaron mi mente aquellas palabras del profesor de derecho civil que en la facultad nos preparaba para el ejercicio de la abogacía, «recordad siempre que para vosotros será un caso más, pero para el cliente será el caso de su vida», solía decir. 
Acudió puntual. Confieso mi sorpresa al escuchar de sus labios una edad que distaba mucho de su aspecto físico. Sólo treinta años, pero de algún modo esas ojeras que enmarcaban su mirada cansada, despistaron mi intuición. 
Me limité a escuchar su relato. Delante de mí desnudaba su alma una mujer rota por el desamor. Hizo lo imposible por mantener la entereza en su discurso, pero hay que ser de madera para no derrumbarte cuando cuentas que tu matrimonio se ha desplomado. El temblor de sus manos me chivaba que sólo le acompañaba esa soledad malvada que te hace vulnerable y frágil. Como una niña perdida lloraba sus días de dolor ante mí, una desconocida. Asustada, se había sentado ocupando sólo una mínima parte de la silla de confidente. Pedía a gritos ser salvada.
El procedimiento judicial no tiene mayor relevancia, divorcio de una pareja joven sin hijos ni bienes en común.
Limpió sus lágrimas y me regaló unas gracias honestas, porque ahí si que no me equivoco y conservo intacta mi facultad de detectar la sinceridad en el agradecimiento. Solo necesitaba que alguien la escuchara sin juzgarla y sin interrumpirla. Nada más y nada menos.

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