Una gran mayoría de nuestros jueces, revestidos con las togas de la ilusión, ha pedido con toda la inocencia del mundo amparo a la Unión Europea. Sencillamente, por las injerencias del poder del Gobierno de la Nación en los aspectos de los estrados donde se administra justicia, cada vez menos con la independencia necesaria. En pocas palabras: la Justicia está en peligro, la división de los poderes del Estado ya salta inevitablemente por los aires. 
Ahora es tarde además de improcedente que dirían los propios jueces reivindicativos, porque hay otros destinatarios (los españoles juntos ante las urnas) que tienen interés probado en que el conflicto se solucione de la mejor manera. Lejos, en primer lugar de donde surgiría un abogado que cuidara los intereses de un Puigdemont cualquiera. La Europa de antes fue nuestro destino: Paris de la Revolución Francesa convocando a todos los hombres a empadronarse en la libertad, igualdad y fraternidad. Del río Sena con una brisa de acordeón bajo los puentes, la mirada enigmática de los ojos del Escriba de Egipto y de la Mona Lisa indiferente. Pero la Europa de ahora es un mercado estricto de valores económicos.
Decía la santa escritora de Ávila, Teresa de Jesús, que nuestras miserias personales se convierten en una vía para descubrir la paz de Dios, pues es en ese escenario donde la Divinidad actúa.
Niños de ahora, cuando lleguéis a conocer Europa, ojalá podáis soltaros de su mano.