Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Exordio

27/03/2023

Cierto es que en la actualidad, los disertadores –conferenciantes, oradores, diputados y profesionales del discurso- apenas suelen empezar con un exordio para atraer la atención de lo que van a decir en su arenga o bien, desvanecer antipatías.
Curiosamente son muy pocos los que lo hacen y en algunos casos, no suelen acertar apenas. En los cenáculos de los oradores –Cortes o plenos-, apenas se prepara al oyente (algunos dicen escuchante, y la verdad es que ese término suena muy mal, más que nada porque apenas escuchan) a compartir para que estén atentos; los griegos lo hacían muy bien en sus ágoras, pero en estos tiempos de 'prisillas' y 'falsedades', qué más da preparar al oponente si ya sabe lo que va a escuchar y él mismo, lo que va a recibir.
Normalmente los exordios de nuestros añorados políticos del final del siglo XIX y especialmente, de la primera mitad del siglo XX, estaban bien preparados, formados en la oratoria y eran buenos alumnos aventajados diría yo; porque recurrían a una historia a modo de metáfora que permitía entender la tesis que se iba a exponer o afrontar. Tenía su tiempo ese exordio, no más de cuarenta y cinco segundos para que pudiera ser realmente efectivo. Recuerdo a mis profesores de la Universidad.
Lógicamente, para hacer un exordio, se debe intentar conseguir la atención y para ello, era conveniente utilizar un tono teatralizado como estrategia. Y es que ahora, tampoco se dialoga en las cafeterías o reuniones de amigos, se suele imponer tu criterio casi siempre, porque hemos llegado a un ritmo de vida, educativa y social, en la que no estamos acostumbrados a 'escuchar' y esa razón provoca el que solo me entere de lo que yo mismo digo y punto.
Creo que es un mal de todos, o por lo menos, de muchos de nosotros. Recuerdo como en aquellas tertulias de antaño, se escuchaba, se atendía, se mantenía una atención, y luego, se rebatía, se postulaba o se contrariaba, pero siempre intentando justificarlo.
Los tiempos cambian, y desgraciadamente, no siempre es para bien; por eso, se han perdido los exordios, o por lo menos, no se utilizan porque, ¿para qué? si ya sabemos lo que va a decir mi contrario y por tanto, sé muy bien, mi respuesta. El egoísmo y la intolerancia suelen estar muy presentes.
A mí me gusta que todas mis obras publicadas lleven un Preludio como justificación o más bien, explicación del objetivo a conseguir. Eso no quiere decir que lo consiga, pero sí me sirve para utilizar los mecanismos que aprendimos de los clásicos, de los grandes oradores, de los filósofos de antaño, de los humanistas, de los ilustrados, de nuestros buenos profesores y porque no, de unos cuántos políticos a los que admiramos.
Me gustaría volver a poner en valor los exordios, porque es esa buena estrategia para captar nuestra atención y por tanto, aprender a escuchar", algo olvidado en estos tiempos.

ARCHIVADO EN: Siglo XX