Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Placa

25/02/2022

El instituto donde enseño, el Bachiller Sabuco, acaba de recibir una distinción. Se trata de (permítanme que me aclare la garganta y engole la voz) la Placa de Honor de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, así con todas sus mayúsculas. Todavía no sé si se trata de una placa sin más o de si la placa lleva aparejados otros honores, como por ejemplo un diploma impreso en vitela o el tratamiento de usía ilustrísima para todos los trabajadores de esta santa casa. Reconozco que a mí las placas me dan un poco de mal rollo, pues se parecen demasiado a una lápida fúnebre para que la similitud sea casual. Una vez me dieron una placa como albaceteño distinguido por algo no tan distinguido que hice aquel año. En realidad, la distinción iba para otra persona, pero el pobre hombre se murió al poco de distinguirse y tuvieron que soltar al sobrero, que en aquel caso era un servidor. La placa, que todavía conservo, se ha vuelto totalmente ilegible. Comenzó a ennegrecerse nada más traerla a Albacete desde Madrid, y desde entonces no ha hecho otra cosa que adquirir un tono más oscuro y más cárdeno cada día que pasa. Yo la considero mi personal retrato de Dorian Gray, y casi agradezco que su superficie bruñida dejara de serlo, porque seguramente no me gustaría la imagen de mí que reflejaría. En cuanto a la placa de Alfonso el Sabio que ha recibido mi alma mater, ni siquiera tengo muy claro qué es lo que hemos hecho para merecérnosla que no hayan hecho los compañeros de otros centros de Albacete, que siguen sin placa, los pobres. Quizás el mérito no sea nuestro, sino del edificio. Pero el honor nos corresponde un poco a todos los que trabajamos allí. En mi caso concreto, con más de media vida entre aquellas paredes, reclamo un pedazo de honor que haga juego con mi talla de camisa, como mínimo.