Rastrear el Altozano

Miguel Lucas Picazo
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Con la desamortización de 1836 y la llegada del ferrocarril en 1855, lo que era una pequeña plaza comenzó su transformación con la apertura del Paseo del Progreso y el traslado del Ayuntamiento a la casona de los Cortés

Maqueta del Convento de las Justinianas. - Foto: José Carlos Molina

Cuando en 1933 los urbanistas manifiestan en su Carta de Atenas las funciones de la ciudad (habitar, trabajar, circular y regocijarse) se olvidaron de que las ciudades tienen su historia y su patrimonio. Si exceptuamos el caso de Brasilia y alguna experiencia más, hay muy pocas ciudades que se construyan desde cero. De nuestro Albacete se dijo que no tenía historia pero, a renglón seguido el mismo autor de la descontextualizada frase, comentaba «de todos los lugares que, entre los dominios de musulmanes y cristianos, podían ser escogidos para establecer este mercado común e internacional, el más adecuado, conveniente y propio debía ser, sin duda aquel que menos molestias creara por su especial situación a los unos y a los otros…. donde tiene Albacete su emplazamiento», o sea una verdadera declaración histórica sobre sus orígenes. Algo de esto nos ocurre cuando paseamos y observamos la Plaza del Altozano, que nos parece construida desde cero y que no tiene historia. Vamos a desmentirlo.

Del Albacete antiguo quizás solo haya quedado la topografía de sus tres cerrillos: Alto de la Villa, San Juan y la Cuesta de Carretas. La especulación y una ausente gestión del patrimonio arquitectónico ha hecho que la ciudad se quede sin un centro histórico en el que pudiéramos ahora percibir la huella de su pasado. Los historiadores locales han puesto de manifiesto en numerosas publicaciones que estos cerrillos constituyeron un asentamiento humano muy vivo desde la época medieval con ricas manifestaciones arquitectónicas y culturales. Aunque no las tengamos presentes físicamente siguen siendo un patrimonio histórico al que podemos recurrir para fines culturales o, también, como un recurso turístico.

En las imágenes recreadas a partir de fuentes históricas por José Carlos Molina de cómo fue el Altozano, percibimos y conocemos mejor este espacio público que albergó en su entorno construido parte de nuestra historia local. Su nombre quizás nos induzca a una error ya que no se trata de un alto, como la palabra sugiere, sino un delante de un edificio (antuzano). Situado entre San Juan y la cuesta de Carretas, el Altozano fue un pequeño espacio donde se ubicaron el Hospital de San Julián, los conventos de las Justinianas y de San Agustín. Fue también un lugar de ocio en el que se celebraban festejos con toros y con cañas (justas). Con la desamortización de 1836 y la llegada del ferrocarril en 1855, lo que era la pequeña plaza del Altozano comenzará su transformación. Se abre al Paseo del Progreso (Alfonso XII) y se traslada el Ayuntamiento a la casona de los Cortés, pero sigue aún un espacio muy constreñido por las casas de su entorno. En 1932 el arquitecto municipal, Agustín Morcillo, proyecta su ensanchamiento con la demolición del Convento de las Justinianas lo que, junto a las edificaciones de principios del siglo XX, aportan a este espacio un aspecto burgués y de modernidad (Gran Hotel, Casino Mercantil e Industrial, cine Capitol, Banco de España, bares y cafeterías). En la actual remodelación de los Refugios antiaéreos de la Guerra Civil se ha podido observar cómo en la construcción de los mismos se aprovechó alguna zona subterránea del Convento.

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