Mi amigo Pedro J. García, periodista de La Tribuna de Albacete, que ejerce desde hace muchos años la crónica taurina, ha desglosado con exactitud en uno de sus artículos en qué consiste la labor del cronista. Que no es otra que, teniendo en cuenta las condiciones del toro, juzgar la faena del torero y ofrecer su opinión. Luego, unos estarán a favor y otros en contra, pero sus escritos son un mirando hacia atrás sin ira.
He creído notar en el colega cierta amargura espiritual, ante la respuesta de algunos de los matadores y sus adláteres que no comparten sus análisis sobre la realidad que él ha visto en el ruedo. Hasta el punto de que también he detectado un deseo latente de dejar la crítica taurina, cosa de la que es muy dueño. Al fin y al cabo, como él mismo dice, más de las tres cuartas partes de los habitantes del mundo consideran el toreo una fiesta cruel y sangrienta.
Lo siento por mis amigos toreros, que seguro no son tantos como quiero creer, pero a mí también me sienta como un tiro al bies que los toreros y sus paniaguados no acepten con humildad las críticas de los periodistas taurinos honestos y sin compromisos amistosos ni dinerarios. Prefieren anteponer la opinión de quienes les palmean la espalda, tonta o interesadamente, dándoles coba quizás porque les conviene, ellos sabrán por qué o a cambio de cuánto.
No te preocupes, Pedrito, quien esto firma lleva cerca de 70 años en la trinchera periodística y ha pasado muchas veces por situaciones parecidas, en el campo del periodismo político, más peligroso y retorcido que el taurino, y te aseguro que el mayor desprecio es no hacer aprecio, y en último caso, aplicar aquel refrán italiano que dice: «Piove, luego cabalgamos».