Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Tercera dosis

07/01/2022

Si todo ocurre conforme a lo previsto, cuando lean este artículo ya habré recibido la tercera dosis de la vacuna, un asunto que me tiene un poco mosca. Reconozco que soy un tipo cuadriculado y poco amigo de los imprevistos, pero se suponía que la vacunación del Covid-19 iba a constar de dos dosis (o de una única dosis, si la vacuna era la Janssen), y un buen día se comenzó a insinuar que quizás, tal vez, pudiera ser que en el futuro hiciera falta una hipotética tercera dosis. Hoy el futuro ya está aquí, las terceras dosis se han generalizado, y me pregunto qué va a ser lo siguiente. Temo que ahora que he conseguido librarme de mis adicciones más dañinas, estas caprichosas políticas sanitarias hagan de mí un yonqui de las vacunas. Nada me angustiaría más que llegar a la jubilación convertido en un paria que se arrastra por los barrios marginales en busca de su quincuagésima dosis de Pfizer o de AstraZeneca. Si al menos las vacunas que nos administran fueran de fabricación nacional, quizás mis miedos quedarían contrarrestados por el orgullo patriótico. Pero los investigadores del CSIC, como buenos españoles que son, han resultado ser un poco fantasmones, y la milagrosa vacuna patria tiene visos de convertirse en una nueva fórmula de crecepelo. De paso, compruebo lo estúpido que resulta hacerse el gracioso con este asunto, cuando la realidad es tan fea, y el futuro inmediato tan amenazante, que dan ganas de que brote un nuevo volcán en algún descampado para tener temas distintos de los que hablar. Y, ya puestos, espero que los gayumbos y los calcetines de mercadillo que les han traído los Reyes sean de su talla, y que los niños hayan dejado ya de quejarse por los regalos de mierda que han recibido en lugar del iPhone 13 o de la Nintendo Switch.