José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Finales

15/06/2022

Suelen ser más conocidos los inicios de las obras que sus finales. No deseo indagar en los motivos, pero quizás la razón se encuentra en que, si el libro es voluminoso, hay lectores que abandonan enseguida la tarea de terminarlos -cuánto más si se trata de un clásico- y el final queda sumido en una incógnita aletargada.
Pero hay finales que son tan célebres como algunos comienzos, finales que mantenemos marcados a fuego en nuestra memoria lectora. «Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija) ¡A callar he dicho! (A otra hija) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!». Pocos finales alcanzan la virtud de levantar tanta emoción, no ya por la contundencia de las palabras de Bernarda, una mujer que nació en una España de extremado conservadurismo, una madre y viuda asfixiada y enlutada por unas normas sociales que recluían a la mujer a la sombra y al silencio, sino porque Lorca terminó de escribir la obra el 19 de junio de 1936, dos meses antes de su fusilamiento: ese «nos hundiremos todas en un mar de luto» suena a trágica premonición.
«Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado». Scott Fitzgerald no disfrutó en vida del reconocimiento literario de la que para muchos es una de las obras maestras de la literatura norteamericana por su perfecta construcción narrativa y por el ejercicio confesional de la voz narrativa que culmina en esta metáfora de la tragedia emocional del ser humano.
«Celedonio […] inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo». Tendida sin conocimiento sobre las frías losas de la catedral de Vetusta, la destrucción a la que es castigada Ana culmina con este beso lascivo y nauseabundo que la despierta entre náuseas, el beso insalubre del mal con sabor a batracio y a agua estancada, el beso de Vetusta. Hay finales que coronan a su libro como obras maestras de la literatura y hay que llegar a ellos.

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