Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Una hora más

01/04/2022

A efectos prácticos, el cambio del horario de invierno al de verano es comparable al rito de las doce uvas en Nochevieja, es decir, nadie cree que sirva para nada pero todos nos sometemos a él, por si acaso. Mejor dicho, por si acaso y por miedo a llegar tarde a todas partes. Al margen de esto, y del pequeño fastidio de levantarse y comprobar que vuelve a ser casi de noche, el asunto tiene poco recorrido, si acaso el engorro de tener que reajustar la hora de algunos relojes. Y subrayo lo de algunos porque otros ni los tocamos. En mi caso, hace años que dejé de manipular el reloj del coche, que probablemente sigue marcando la hora del 2015, cuando estuve a punto de salirme de la carretera por dedicarme a jugar con los botoncitos. Los relojes del móvil y del ordenador, por suerte, se cambian solos, porque son digitales e inteligentes. Una cualidad fascinante y rara la inteligencia, dicho sea de paso. Antes pertenecía en exclusiva a la especie humana y ahora hay mil cachivaches (relojes y televisores incluidos) que pueden presumir de tenerla. Por desgracia, empiezo a sospechar que la inteligencia aumenta en los relojes en la misma medida en que disminuye en los seres humanos. Hace unos días les puse a mis alumnos un listening para que identificaran las horas de las que estaban hablando los guiris de la grabación, con la sorpresa de que no sabían hacerlo porque los relojes de las ilustraciones eran de los de toda la vida, de los de esfera y manecillas, y mis alumnos de quince años ya no saben leer la hora en ellos. A los de mi quinta nos regalaban un reloj al hacer la primera comunión. A los chicos de ahora, también, pero dentro de un móvil de última generación, para que puedan malgastar con él la poca inteligencia que les queda.

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