Antonio García

Antonio García


Crisis de papel

16/05/2022

Se había avisado hace unos meses y ahora vuelve a repetirse la amenaza: no hay papel y el sector editorial va a tener que hacer un nudo a su producción, restringiendo tiradas, demorando reimpresiones, elevando precios. Entre un aviso y otro la gente no se ha dado por aludida ni ha acudido en aluvión a la librería más cercana para hacer acopio de las últimas novedades. Con el libro no se aliña una ensalada ni se monta un fiestorro en la terraza, de ahí que no haya necesidad imperiosa de llenar el carrito de compra con ese trasto inútil que solo ocupa lugar. El único desabastecimiento de papel que podría inquietarnos es el de papel higiénico, el de papel de fumar o el de envolver regalos, no el que sirve de soporte a una lectura deleitosa e improductiva. Los grandes castigados por la crisis papelera no serán pues consumidores, cuyas lecturas compulsivas son los prospectos de medicina o los componentes de productos dietéticos, sino los manufacturadores de libros y revistas, y de rebote los que se dedican a rellenarlos, escritores y creadores que verán mermados sus ingresos y que tampoco serán  demasiados, pues de la escritura solo malviven tres gatos y medio. La explicación que se adjunta es como siempre económica y deriva de la crisis de combustible, que encarece la materia prima, pero uno prefiere atribuir los males de la industria editorial a un castigo bíblico. El abuso de las grandes editoriales, acostumbradas a una sobreproducción sin medida, tenía que detonar por algún sitio y la mecha ha prendido por el más fungible -e inflamable- de sus elementos: el papel. Los que hasta no hace mucho lo trituraban generosamente en sus almacenes de excedentes ahora enjugan lágrimas de cocodrilo, que no dan pena a nadie.