Antonio García

Antonio García


Divagaciones estivales

25/07/2022

Cada vez que como fuera tengo que explicar al resto de comensales por qué no como carne. Es una cuestión muy delicada, tanto como la fina loncha de jamón que ellos ingieren pasándomela previamente ante la cara por si me hacen bajar la guardia y me devuelven a la cordura. Tratan de sonsacarme si soy vegano o vegetariano, o una acomodaticia opción intermedia, porque en los tiempos actuales la cuestión del comer admite un menú de preferencias tan prolijo como el de las opciones sexuales, incluyendo la de aquellos que no comen nada que proyecte sombra. Les digo que no estoy al tanto de tan puntillosas y sutiles diferencias, y que mi decisión no tiene que ver con cuestiones de salud -hasta el punto de que no he prescindido de los helados, chuches y otras bombas contra el organismo- sino con el respeto a los seres vivos, momento en que el más guerrero del grupo, encontrando una fisura en mi argumento, señala el atún de la pizza que voy a llevarme a la boca. El tunante de turno aporta a la discusión que también las lechugas tienen sentimientos. Y alguien, sin venir a cuento, menciona a los insectos. Admito mis contradicciones, pero evito hacer proselitismo de mis principios nutritivos, y mucho menos entablar batalla barriobajera llamándoles asesinos. La discusión la han empezado ellos y ya sé que estos debates, como el de los toros, no llevan a ninguna parte, por imposible avenencia entre partes contrarias. Por supuesto, la situación antecitada es un ejercicio de ficción, dado que yo -respetuoso con las normas sociales- nunca hablo durante las comidas, pero dejo por escrito mi alegato para ahorrarme futuras preguntas, en previsión de que alguien tenga la amabilidad de invitarme a comer.