Claudio Arrau, prestidigitador del piano

Antonio Soria
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Eficaz y emocionante, también grabó música española

Claudio Arrau.

Continuando con lo excepcional, en La Tribuna Musical de hoy dedicamos a Claudio Arrau este espacio coincidiendo con la celebración del día de su nacimiento, como lo hicimos el año pasado. ¿Y cómo es posible que celebremos su venida al mundo el día de su nacimiento el año pasado, que fue domingo 7 de febrero, y hoy que es día 6? Respuesta sencilla, Claudio Arrau, según diversas fuentes, nació a medianoche entre los días 6 y 7 de febrero, con lo que podemos celebrarlo así sin faltar a la verdad. Y por otra parte, al margen de la efeméride (que no deja de ser una excusa circunstancial), la talla de su personalidad artística bien lo merece. Su nombre permanece en letras de platino junto a colegas tan respetados y admirados que ya no están, aunque siguen y seguirán siendo, como Alicia de Larrocha, Clara Haskil, Arthur Rubinstein, Arturo Benedetti Michelangeli, Sviatoslav Richter, Walter Gieseking o Arturo Benedetti Michelangeli (véase imagen de la caja de 40 discos The Piano Master, arriba a la derecha).

El domingo 7 de febrero del año pasado, presentábamos a Claudio Arrau como defensor de la línea hermenéutica de fidelidad a la partitura y como uno de los pianistas más importantes y prolíficos del S.XX, y veíamos una valiosa fotografía fechada en 1982 en el neoyorkino Avery Fisher Hall, junto a Wladimir Horowitz y Alicia de Larrocha. La idea principal a destacar en el pensamiento musical y los hechos de Arrau, es su carácter revolucionario (ya de pequeño se le ve en la foto correspondiente de las tres edades… por aquello de que una imagen vale más que mil palabras). En contra del demasiado frecuente, y persistente, ego irreflexivo y narcisista del pianista, él se constituyó en uno de los más fervientes representantes de la vertiente hermenéutica de fidelidad al texto, a la partitura y el mensaje que puede desprenderse de ella ante una visión analítica y creativa, siguiendo los pasos de Artur Schnabel.

Quien más quien menos, habrá oído aquella frase en boca de grandes diciendo «cuando llegue la inspiración, que me pille trabajando». Y es que, además de la intuición, lo inefable y el talento, quien cultiva un arte, al igual que en la ciencia (pues no se aleja de serlo), es indispensable el trabajo, la experimentación, lo mecánico y su aplicación para alcanzar una técnica suficiente, que en caso del piano (y de cualquier instrumento) supone el control mecánico en función de los parámetros que intervienen en la recreación de un discurso musical, o sea, una buena técnica exige el control mecánico al servicio de la música. 

Arrau es un magnífico ejemplo de intuición informada, de racionalización inspirada o de inspiración meditada que da como un fruto una interpretación de categoría poética excepcional, fiel a lo escrito por el compositor.

Obviamente hay que tener en cuenta que cada compositor es un mundo en lo que se refiere a la fidelidad de su propio pensamiento en la representación escrita que llega al intérprete, problema que se suma a lo que el editor provoque siendo más o menos fiel al manuscrito que proporciona el autor. Si la partitura es el único medio fidedigno de transmisión en el tiempo, más allá de que el autor viva o no, partimos de la importancia de que presente un texto original, no contaminado por transformaciones o descuidos. A partir de ahí, el aprendizaje y la interpretación suponen la magia, que a veces puede deformar la memoria (como criticaba el gran Richter). Arrau es un eficiente prestidigitador, emocionante, del piano. Y su legado discográfico de catálogo insondable.

Por poner algún ejemplo, entre lo más curioso y valioso, cito alguna referencia a recomendar para nuestros queridos lectores. Arrau grabo muchísimo y de todo, con magníficas versiones de Beethoven, Brahms, Scriabin, Franck, …y también música española, como Quejas o las majas y el ruiseñor de Granados, grabado en Londres el 30 de junio en 1951, editado por Columbia en 78 rpm (ref LX 1550), o lo dos primeros cuadernos de Iberia de Albéniz, grabados en EEUU en diciembre de 1946 y entre agosto y octubre de 1947.