La novena ficción de Tarantino

Juan Ramón López
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Érase una vez en... Hollywood

Imagen de la película. - Foto: Sony Pictures

Todo lo real adopta, cuando pasa el tiempo, un aspecto de ficción» (Javier Marías).

Una ficción suele estar basada en la fantasía. Similar a la fábula, tiene un significado adicional, un poco más oscuro. Tan oscuro como esta comedia negra en la que Tarantino tiene claro que esa delgada línea entre la realidad y la ficción es el eje argumental y bidireccional de la historia de su novena película. Porque todas las historias no dejan de ser ficciones… 

La primera impresión es que le falta ritmo en muchos momentos, sobre todo al principio. Y eso en casi tres horas de metraje acaba pasando factura incluso al más fanático seguidor de este realizador de culto. Pero en realidad, esa sensación de la que adolece la cinta es su mejor virtud para llegar a la brutal explosión tarantinesca final de este ejercicio de contención. Y es en esa realidad donde está la clave. 

Homenaje a la prodigiosa década de los 60 en Hollywood, al spaghetti western de Leone y Sergio Corbucci y a los posters de grandes películas de la época, pero también tributo a la revolucionaria influencia de la televisión en la sociedad norteamericana, con importancia clave en la cultura pop gracias a series tan famosas como F.B.I, El agente de CIPOL, Bonanza, El fugitivo, etc. Fueron unos años dónde los actores se proyectaban desde estas series para dar el salto definitivo a la gran pantalla. Historias de algunos actores como ese Rick Dalton al que interpreta Leonardo DiCaprio inspirado de alguna manera en aquel joven Clint Eastwood que tuvo que viajar a Almería para rodar spaghettis westerns y dar el salto definitivo a la fama. Arriesgar o morir. Y eso es lo que hace el propio Tarantino teniendo muy claro que las mejores películas son aquellas que nos hacen replantearnos deliberadamente nuestro concepto de la realidad. 

La trama de Érase una vez en... Hollywood gira sobre Rick Dalton (DiCaprio) deseoso de triunfar en un Hollywood que ya no le reconoce como estrella junto con su doble e inseparable amigo Cliff Booth (Pitt). La historia de ambos, geniales en su interpretación, transcurre de forma paralela a la de Sharon Tate, emergente actriz de El baile de los vampiros, hasta la trágica noche del 9 de agosto de 1969 en la que, embarazada de ocho meses, fue asesinada por fanáticos miembros de La familia Manson. Y si la historia basada en hechos reales no resulta bastante trágica, Tarantino añade más misterio, más rodajes ficticios, más acción y más humor negro cuidando casi de forma artesanal el guión, el montaje, incorporando su habitual galería de secundarios habituales. Y como siempre, la música. Con esa capacidad única de elegir las canciones de las bandas sonoras de sus películas. Maravillosa selección musical marca de la casa. En esta ocasión, la canción Bring a Little Lovin de Los Bravos es un hit rescatado del mítico y casi olvidado grupo español de rock de los 60 que funciona a la perfección en pantalla y ha sido clave en la campaña promocional del filme. Cine hecho a la antigua usanza, sin pretensiones, que demuestra más en sus silencios, ausencias y carencias que en sus excesos.

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