Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Mantecados de Munera

19/01/2021

Al gran Ramón Gómez de la Serna, un lector le censuró que se apartará de su costumbrismo madrileño al denunciar, en una de sus afamadas columnas, la indiscriminada tala de chopos en Madrid. Y algo picado por la queja, redactó al día siguiente una obra maestra del costumbrismo titulada Mantequilla de Soria. Algo parecido me ha sucedido. Habiendo denunciado aquí, el desastre de previsión de la nevada de Madrid, recibí el consejo de un lector muy querido por mí: «Javier, escribe solo de sentimientos». En honor a don Ramón y a su mantequilla soriana, siguiendo también el consejo del lector, hoy quiero escribirles sobre los Mantecados de Munera, gloria de nuestra gastronomía manchega. Esta Navidad me acerqué, como hacía de niño con mi tío Eugenio Paños Morcillo (el de aquellos Almacenes Paños), hasta esa Munera quijotesca de la Bella Quiteria y de las Bodas de Camacho. Llegado al coqueto pueblo, aparqué, como antaño, el coche en la Calle del Pozo, allí donde la prima Luisa Morcillo tuvo fonda de viajeros y el primo Esteban Morcillo forjaba el hierro con maestría. Las casas existen, pero a las personas se las llevó hace años ese alguacil implacable que es el tiempo. Aguantando el frío munereño, me acerqué a la Parroquia de San Sebastián, donde de pequeño nos llevaban a rezar por el hoy beato Don Bartolomé. Tras pasar por el Casino de la Amistad (¡qué bello nombre!), bajé hasta su centenaria y singularísima plaza de toros, mimada por el recordado Perico Fornés, cuya historia taurina relató monumentalmente Graciano Jiménez. Almorcé en el cercano restaurante de Miguel Hernández. Dos tajadas de recio tocino me entorilaron del frío. Recé ante la Virgen de la Fuente para que cese la pandemia. Cruzando el rio Córcoles, pisé en soledad y emocionado los terrenos del Paraje de la fuente de los Casares, donde Cervantes ubicó el pasaje de las Bodas de Camacho. El reloj de la torre me avisó, con su única campanada, que se acercaba la hora de la comida. Apresurado, remonté hacia el pueblo para llegar antes del cierre a ese templo del mantecado que es la Pastelería del Pilar, donde compré tres cajas de ese manjar de harina, manteca, azúcar y vino que son los Mantecados de Munera. En Madrid, dicen que no han probado cosa igual. Doy fe porque volaron.