Kiev no se fía

Agencias-SPC
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Más de 4.000 personas permanecen cobijadas en las estaciones de metro de la capital ante el temor de que las tropas rusas replegadas en las últimas jornadas vuelvan a atacar la ciudad

La amplia red subterránea ha servido de búnker para miles de ucranianos desde el inicio de la invasión. - Foto: OLEG PETRASYUK (EFE)

En lo peor de la guerra en la capital ucraniana, unas 15.000 personas se refugiaron de las bombas en el metro de Kiev, una urbe que ahora respira -con cierta sensación de desconfianza- tras la retirada de las tropas rusas, aunque todavía más de 4.000 ciudadanos siguen viviendo en las estaciones subterráneas porque no se fían de las intenciones del Kremlin. Y es que, a pesar de que Moscú ha decidido replegar a sus soldados -que, durante semanas, han asediado la principal localidad del país- al considerar que no es el objetivo de la contienda, son varios los informes que apuntan a que se trata de una estrategia de distracción y que los ataques volverán sobre sus calles.

«Nos quedamos aquí, preferimos estar en el metro hasta que las cosas se aclaren porque no sabemos qué puede pasar. Mira todo lo sucedido, no podemos confiar en Rusia», afirma Svitlana, de 62 años, sentada en la colchoneta que se ha convertido en su espacio vital, junto a su hija Anna, embarazada de siete meses.

Las dos, junto con el esposo de Anna, se cobijaron desde el segundo día de la guerra en la estación Héroes de Dnipro, en el distrito de Obolon, al norte de Kiev, desde donde el Ejército ruso primero acechó la capital, cuyos habitantes no creen que la ofensiva haya terminado.

«Oíamos las explosiones casi cada segundo. Se veían los tanques acercándose y misiles cayendo casi cada segundo. Estaban a solo tres kilómetros de casa», explica Svitlana sobre por qué decidieron trasladarse al subterráneo. «Al principio esto estaba tan abarrotado que no teníamos ni espacio para dormir. Ahora hay mucha menos gente, muchos han vuelto a casa y otros vienen solo a dormir por las noches», agrega sobre la convivencia en esa boca de metro, en la que permanecen hoy unas 200 personas de las 2.200 que llegó a albergar.

Su hija Anna, de 27 años, hace esfuerzos para normalizar la vida en el metro y que la ansiedad de la guerra no le afecte a su bebé, un niño que se llamará Danilo o Mark, que espera que nazca en un hospital público cercano, pero no sabe si para entonces vivirán en su casa o en el metro.

«No podemos hacer planes concretos, decidimos día a día según cómo evolucionen las cosas», indica Anna con el mismo escepticismo que su madre y muchos kievitas sobre las verdaderas intenciones rusas al salir de Kiev.

Preparada para la defensa

Al poco de comenzar la invasión rusa, fue el propio alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, quien animó a todos los ciudadanos a refugiarse en la amplia red de metro, uno de los lugares más seguros de la capital que fue diseñado en 1960 para hacer frente a situaciones como esta, en plena Guerra Fría y con el trauma de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial aún vívido en la memoria colectiva.

La red de 67 kilómetros cuenta con tres líneas y 52 estaciones, todas ellas preparadas para la defensa civil y con infraestructura esencial, con amplios baños públicos y fuentes de agua potable en los vestíbulos. Las donaciones de comida, ropa y mantas han ayudado a hacer del metro un lugar habitable y seguro en estos tiempos de guerra.

«Ahora estamos tratando de combinar la labor como refugio de las estaciones con la regularización de su funcionamiento como transporte. Ya hemos restaurado la línea 3 y la línea 1 que pasa por aquí funciona parcialmente, con un tren cada hora», explica el director del metro de Kiev, Viktor Brahinsky.

Mientras la ciudad recupera poco a poco la normalidad, «el metro retomará su actividad a medida que lo demande la ciudadanía, pero también seguirá funcionando como refugio porque mucha gente aún no se siente segura fuera», matiza.

Es el caso de Vera, de 78 años, que quiso regresar a su casa, incluso fue a darse una ducha y coger ropa limpia, pero una vecina le dijo que los rusos planeaban «algo gordo» en Kiev y retornó al metro. «Ya estoy un poco cansada de vivir así», cuenta rodeada de mantas, colchonetas y bolsas, «pero me alegro mucho de haber venido aquí desde el principio, gracias a eso estamos vivos».

Vera, junto con su hija, nieto y bisnieto, pensaron en un primer momento mudarse a las afueras, hacia el oeste aparentemente más seguro, a Irpin o Bucha, las últimas ciudades liberadas por los rusos, que a su salida han dejado un reguero de muertes de civiles, con ejecuciones sumarias que constituyen crímenes de guerra. «Me alegro de no haber ido, mira todo lo que ha ocurrido allá. Es un horror», lamenta esta mujer que teme que los rusos vuelvan pronto a Kiev.

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