Estampas añejas de la Feria de Albacete

José Iván Suárez
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La ciudad creció al calor de un acontecimiento con raíces centenarias

Fotografía de Luis Collado de la Feria de Albacete. - Foto: Diputación Provincial

Dices Feria y a cada cual le viene una vivencia a la mente. El cuerpo se carga de recuerdos si hablas de caseta, desfile de carrozas, de noria. Cada persona tiene su propio momento, ese instante mágico que engancha y que uno a uno configuran un evento grandioso, inabarcable. Sin ella no comprenderíamos esta ciudad. Lejos de aquí, nombras Albacete y todos te recuerdan la Feria. Al calor de este acontecimiento hemos crecido durante siglos. Hace solo 20 años, territorio aún propicio para la memoria, pasaron por acá la Vuelta Ciclista y artistas como David Civera, Rafael Amargo, Sergio Dalma, La Oreja de Van Gogh, Lolita y Pau Donés con Jarabe de Palo. En el principio de siglo XXI, la eliminación de las barreras arquitectónicas en el recinto era un hecho que se estaba consumando.

Lo que no cuajó fue la organización de encierros taurinos. Así lo propuso un político y lo contó Rosa Villada en 1986, en un artículo en Crónica, en el que reunía a representantes de los partidos para hablar de las mejoras del futuro. Sobre la Feria siempre ha habido todo tipo de propuestas. En 1975, Ángel Cuevas realizó una encuesta entre vecinos. Algunos pedían más participación o cambiar la fecha. Otros directamente decían que no les gustaba. Y uno de ellos, Isidro, con 69 años, resumía el sentir de otros tantos, «la primera vez que vine a la Feria era un chavalejo y desde luego me gusta más la feria actual. Debe ser el progreso lo que la hace mejor». 

La Feria se ha hecho grande por la gente. El gran Rodrigo Rubio, que escribió mucho sobre estos días de septiembre, enumeraba: «Feria, paseo, circo, barracones, verbenas, luces de colores, árboles de alambre, mujeres que ríen, retratos al minuto, toros de cartón, historias fantásticas para otros más chicos, bicicletas que ya no existen, noches de estrellas que saltan como nuestros pies bailarines». En una de sus novelas más sentidas, La Feria, publicada en 1968, decía un personaje: «Hoy empieza la feria en la capital. Yo, claro, no iré». Un padre le hablaba a su hijo fallecido mientras recordaba todo lo que habían vivido juntos. 

Es un sentimiento hincado bien hondo. La Feria conforma la entretela espiritual de miles de albaceteños. Tanto es así que en 1936, cuando ya se sufría la Guerra Civil, también se celebró. Eso sí, hubo debate encendido entre los miembros del Frente Popular sobre si era oportuno festejar. «Lo que sucedió fue que con el gran desfile militar, se desbordó el entusiasmo de la gente aplaudiendo y vitoreando frenéticamente a estos heroicos marinos, carabineros, guardias de asalto, guardias nacionales republicanos y ardorosas milicias porque ellos, todos, simbolizan a las fuerzas de la República que han de aniquilar todo vestigio del fascismo en España», se podía leer en el Defensor de Albacete. El alcalde, Virgilio Martínez, exclamó que «esta es la Feria de la Libertad». Aparte del desfile militar, hubo partidos de fútbol, gran verbena en honor a los milicianos albacetenses, castillo de fuegos artificiales, la fiesta de la navaja, conciertos musicales y toros de los Hermanos Samuel para diestros como Ortega, Antonio García Maravilla, Estudiante o Rafaelillo. Unas rimas populares de Francisco Alfaro son el botón de muestra de una Feria atípica la de aquel dramático año: «Se abre, con luces de gloria / la Feria republicana. / Albacete ha renacido / en esta tarde soñada, / con más ardiente entusiasmo, / con más ardiente esperanza». 

En las décadas anteriores a la tragedia, la Feria ya era un hecho majestuoso y pasajero. Famosa en España y protagonista de páginas en la prensa nacional. Con fotos de Escobar, en 1934, la revista Mundo Gráfico mostraba nuestras virtudes, «la ciudad desborda ahora de animación, bajo el encanto de sus fiestas tradicionales». Menos visible a los focos, en La Cuerda, corrían los negocios. Así lo contaba Luis Serna en El Diario de Albacete: «Allí un gitano pondera, con castiza hipérbole y desmesurada mímica, las excelencias de una hermosa yegua de negro pelo. No lejos, una mujer prepara el condumio en improvisado hogar». Albacete, babel de voces; tablao de encuentros; paseo vivo de la condición humana. O como escribió Macedonio. M. de Moragón: «Hay una fusión absurda de colores en contrastes violentos; la música, la algarada, el bullicio, hacen olvidar – momentáneamente – toda la pesadumbre de la vida». 

Felices años 20 en los que Fernando Franco narraba: «Cada Feria es un año de vida que pasó, una amargura que llenó de sombras nuestro espíritu, una aspiración fracasada o un desengaño más que la adversidad implacable nos ofrece». Aires de modernismo, pulsiones románticas y besos en los Jardinillos. Cantaba Paquita del Campo de Núñez su cortejo de ilusiones: «Y toda ruborosa, puso su boquita bermeja en los labios de su novio mientras que la música seguía sus notas como un himno de felicidad». ¿Quién no se ha enamorado en la Feria? Albacete antañón que desde siempre se ha llenado de forasteros. Desde principios del siglo XX, con los retratos de Enrique Navarro, la revista Blanco y Negro y ABC, contaban «las innumerables distracciones». Sobre la apertura de la Feria, afirmaban en 1906: «No es una frase, sino un hecho (…) las autoridades al llegar a la puerta del edificio del mercado, hace entrega al alcalde de la llave al alguacil mayor, que abre la verja (…) por la noche se verificó la gran serenata a la Virgen de Los Llanos». 

Gentes venidas de todos los lugares, en tren, en carruaje o a pie. «En los primeros días de septiembre, mes de las consoladoras brisas, en esos días de descanso ante la recolección y la simienza, cuando el labrador ha entrojado sus granos y se prepara á envolver las nuevas semillas, coincidiendo en un punto las alegrías del presente con las esperanzas del porvenir, siéntense en esta Ciudad, como si fueran las primeras palpitaciones del aumento de la vida, los rumores y los ruidos que preceden á la deseada feria», escribió en 1883, José Sabater y Pujals. Veinte años antes, en 1862, La Correspondencia de España, cifraba «la afluencia de forasteros en Albacete durante los día de feria, se calculaba era de 16.000 a 20.000 personas que diariamente transportaba el ferro-carril». Un tiempo efímero de quincalla, confiterías, mueblaje, guitarrerías, ganado, atracciones, charlatanes, magos o zahúres. El periódico joco-serio de Madrid, La Posdata, publicaba el 17 de septiembre de 1844 una extensa crónica, reproducimos apenas un fragmento: «La feria ha concluido y con ella la animación y el movimiento que solo esperimenta esta capital en semejantes días. En vano busca ya nuestra vista en sus desiertas y silenciosas calles, esa muchedumbre alegre y bulliciosa que las inundaba, inspirando en nuestro ánimo todo el deleite de la novedad. Nos ha abandonado para no volver hasta pasado el largo periodo de un año en que tornará a animar de nuevo el triste y árido paisanaje que nos circunda».

La Feria primigenia se celebraba en la Plaza Mayor y en las calles de alrededor, Carnicerías, Mayor, Boticarios, Albarderos y Zapateros. Tras la superación del conflicto entre Concejo y comunidad franciscana, desde 1783, la Feria de Albacete ocupa su espacio habitual. Tomás López escribió por entonces: «Es la más memorable del Reyno que no tiene comparación en ella». En solo 35 días se construyó un edificio con alma concéntrica e ilustrada que contó con la autorización de Carlos III. Su padre, Felipe V, había concedido un privilegio a Albacete, en 1710, para la celebración de la Feria. Antes, el 5 de mayo 1632, Blas Martínez vivió el milagro de encontrar la imagen de la Virgen de Los Llanos. Y aún antes, hacia principios del siglo XIV, creen algunos historiadores albaceteños, pudo nacer la Feria. Allá comenzó esta historia para la que no existe fin.