La vida patologizada

Olivia alonso (EFE)
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La exigencia del rendimiento constante está creando una «sociedad cansada» en la que cualquier tiempo de adaptación se ha convertido en un síndrome

El lunes 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental - Foto: Pixabay

Tais Pérez Domínguez y Sergio García Morilla llevan tres lustros al frente de un gabinete de psicología en el que han comprobado que vivimos en una «sociedad cansada», porque es una «sociedad de rendimiento», en la que «se ha patologizado la vida cotidiana» y se confunde «cualquier proceso de adaptación con un síndrome».

Y todo esto ha potenciado los trastornos psicológicos entre la población. Por ello, han decidido publicar Tu ansiedad bajo control (Zenith), una guía «para entenderla y no dejar que te domine», en la que han vertido toda su «práctica clínica» para explicar con un «lenguaje sencillo y directo» y «con la máxima rigurosidad» algo «de lo que se habla mucho en la calle, pero no se contextualiza».

¿Qué es la ansiedad?

Pérez y García no se cansan de repetir que «la ansiedad en sí misma no es mala, sino un mecanismo inherente al ser humano con una función clara: ponernos en alerta y prepararnos ante un posible peligro».

Pero, «el problema llega cuando este mecanismo se descontrola y  aparece sin motivo alguno o se niega a marcharse, impidiéndonos vivir nuestra vida con normalidad y plenitud». Por ello, la guía recorre los protocolos de intervención clínica para hacer frente a un trastorno que «no se cura porque no es una enfermedad» y se superara «enfrentándolo y aprendiendo a relacionarse con uno mismo, con los síntomas y con exterior».

Y también describe sus distintas manifestaciones como pueden ser el trastorno de pánico y la agorofobia, la ansiedad social, la obsesión y la compulsión, o el estrés, entre otros.

Un país muy medicado

Aunque valoran su función, los expertos advierten que «el fármaco no toca el origen del problema», sino que «va al síntoma» y cuando se retira «si la fuente de estrés o ansiedad sigue ahí, van a volver a aparecer».

Según Sergio García, los fármacos no son suficientes porque atacan solo a la parte cognitiva de la ansiedad (qué es lo que pienso cuando estoy en ese estado), «sin ocuparse de la fisiológica (cómo se manifiesta) ni de la conductual».

Además, Tais Pérez advierte de que el fármaco puede llegar a crear una dependencia que dificulte su retirada, que obligue a aumentar la dosis sin quitar la sintomatología y cronificando el problema.

Trastornos normalizados

El hecho de que se haya construido una sociedad de rendimiento, o lo que García denomina «una sociedad cansada», es el origen de la mayoría de las consultas que estos profesionales tienen en el gabinete, en las que comprueban que como los pacientes ven que «todos los compañeros y amigos van cayendo y cogiendo bajas», la situación de sufrir estrés o ansiedad «se ha normalizado».

Sufrir ya no es normal

«Parece que si sufrimos no podemos disfrutar de la vida», alerta Pérez Domínguez, al explicar que evitar el dolor es una de las causas que ha hecho que la sociedad esté sobremedicalizada.

Y cita como ejemplo, los pacientes que llegan con una «pérdida reciente» y quieren herramientas «para no pasarlo mal»: «eso no se puede, el sufrimiento es parte inherente de la vida». En este sentido, García cree que «se confunde el proceso de adaptación de vida con el síndrome», al explicar que «el pasar de unas vacaciones en las que has estado desconectado a volver a trabajar, requiere una adaptación, pero eso no es un síndrome. Y ahora se empieza a patologizar todo y se confunde a la gente».

Perfiles más propensos

Según el psicólogo, determinados eventos en algunas etapas de la persona son un disparador de problemas psicológicos en adultos, entre los que cita «figuras de apego sobreproteccional que dan al niño el mensaje de que el mundo es un sitio peligroso», por lo que la persona "empieza a hacer una hipervigilancia que, unida a otros elementos, puede empezar a generar problemas".

Por su parte, Pérez detalla que hay una cierta predisposición genética de rasgos temperamentales, como es el caso del neuroticismo (inestabilidad emocional), que cita como «uno de los más fuertes», aunque también refiere el aprendizaje vicario: analizar cómo responden ante las situaciones «ansiógenas» las personas del entorno. Y a todas ellas, hay que sumar «disparadores situacionales, como ha pasado con la pandemia de la COVID-19».

Aprender a decir no

Ambos expertos consideran imprescindible aprender a decir no «para respetar tus derechos y los míos», principalmente «en el contexto del rendimiento, cuando cada vez se pide más hay que parar y decir que no se puede con eso».

«Es liberador, un no en la vida», explican y relatan que las consecuencias de no saber hacerlo suelen manifestarse a través de dos conductas diferentes: la inhibición y la agresividad.

La inhibición es un comportamiento caracterizado por la sumisión, la pasividad, el retraimiento y la tendencia a adaptarse excesivamente a las reglas externas o a los deseos de los demás, sin tener en cuenta los propios intereses, sentimientos, derechos, opiniones y deseos. Sin embargo, relatan que la agresividad consiste en no respetar los derechos, sentimientos, e intereses de los demás, y en su forma más extrema incluye conductas para ofender, provocar o atacar.

El papel de la juventud

Ambos alaban la actitud de los jóvenes, que están hablando y normalizando situaciones de trastornos emocionales que siempre han existido y generando el cambio. Consideran que «ha habido un cambio bestial en la sociedad» y es que la gente va al psicólogo a tratarse y no al médico de cabecera a medicarse.

Pese a ello, creen que hay mucho camino aún por recorrer para saber gestionar las emociones y abogan porque sea en los centros educativos en los que se enseñen las herramientas para ello. 

«No entendemos cómo no es obligatorio enseñar a saber actuar cuando te frustras o cuando estás triste», aseveran.