Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


El árbol

09/08/2022

Se me quedó grabado a fuego. O mejor, en negro sobre blanco. Mi colega y maestro Ramón Bello Serrano -sin duda, uno de los mejores articulistas de España- dijo una vez, en una charla con lectores, que lo complicado de una columna no es reflejar en ella una opinión sobre un acontecimiento determinado, acaecido en el ámbito de la política, la cultura o, por ejemplo, en la simple e íntima cotidianeidad. El abogado y escritor afirmó, ante los allí presentes, que lo verdaderamente complejo era escribir una columna sobre, por ejemplo, «ese árbol». Y señaló uno que había en el exterior del local, en el que se celebraba aquel encuentro con amantes de las letras escritas en papel de periódico. Lo confieso, desde aquel momento he querido dedicarle uno de mis artículos a un árbol para ver si soy capaz de elevarlo a un ejercicio periodístico que mereciera la pena leer. Y siempre he tenido claro qué árbol iba a ser. Uno que se sitúa en la acera de enfrente de mi casa y al que llevo más de una década viéndolo vivir. Igual que él a mí. En muchas ocasiones, me abrazo a la barandilla de mi terraza, para tomar aire. En otras, que son las más, lo hago para pararme a pensar un rato, mientras, allí apostado, admiro la belleza de ese árbol, que no es mío, pero no importa. Y cada vez que me quedo embobado, absorto en mis pensamientos y disfrutando de su naturaleza en estado puro, me acuerdo de lo que aseveró Bello Serrano y pienso que algún día me animaré a llenar esta columna de todo eso que me inspira ese árbol tan corriente como maravilloso. Esta tarde, antes de sentarme a escribir estos renglones me he acordado de aquello y me he asomado a la ventana para verme reflejado en ese árbol tan especialmente normal. Y allí estaba, como esperándome, para darme permiso para que les hable de él. Y, ya de paso, de esos momentos de ilusión o de zozobra que compartimos tan a menudo. Lo observo, en pleno ferragosto, e intento imaginar cómo sufre el calor tremendo que nos sofoca. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que no siente, solo vive. Como yo, a veces. Y usted. Todos. Háganme caso, busquen su árbol y escriban sobre él, o dibújenlo, lo que sea. Es muy probable que, hasta ese preciso momento, nada haya merecido tanto la pena.

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