Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Moral pública

04/02/2023

Que un chico lleve anudada al cuello una cadena con un pequeño crucifijo no debe molestar a nadie en una escuela. Honra nuestra tradición judeocristiana -y honrará a la madre o madrina que se la anudó al cuello para garantizarle salud y protección, además de recordarle la intimación mosaica-. La moral pública no ha de confundirse con la privada -la pública siempre es preponderante y su limitación es la de los altos principios constitucionales- y ya los padres fundadores de Estados Unidos defendieron la libertad de culto y la pusieron al mismo nivel que el libre comercio y la prensa libre. Un crucifijo en Occidente no va contra nadie. Tras los sucesos de Algeciras el Islam remanece entre nosotros a disgusto, parece incorrecto ir al fondo del asunto, se huye de una generalización impropia, evitamos hablar en voz alta. Ocurrió con el mundial de fútbol. El mundial se armó y concilió bajo dos porterías: en la del equipo local no pasó un balón en defensa de las mujeres ni en auxilio de los obreros que elevaron los estadios; y en la del equipo visitante recibimos una auténtica paliza islámica -fueron palos a gusto, rayanos en el soborno- que toleramos por algo tan sencillo y a la vez complejo: por una pasión y la ebriedad de corrompernos. Que una chica asista a una de nuestras clases con un burka o velo es intolerable. Lo es desde nuestra moralidad común -pues el burka reivindica la sumisión y servidumbre perpetua al varón, además de litigar, frontalmente, con nuestros valores republicanos-. La cruz del chico incorpora, además de la tradición, el acatamiento a la ley común, cosa que el chador no puede    -ni en puridad, tampoco debe- reivindicar. Los ciudadanos tenemos el deber de defender la libertad de culto -y ampararlo- y esa defensa comprende censurar la agresividad silente del Islam y su vocación católica, universal y excluyente; y no sólo eso: es obligación de los poderes públicos -y el magisterio lo es- señalar lo mal hecho: mal hecho es -realmente malo- la decisión del Rey Juan Carlos de trasladar su residencia fiscal a los Emiratos Árabes Unidos. Hasta sus más firmes defensores hemos sentido el mazazo que acrece a los españoles ejemplares de la Transición y empequeñece hasta lo minúsculo a un defraudador.