"Hay que verse como lo que somos, unos pobres seres humanos"

María Albilla (SPC)
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"Hay que verse como lo que somos, unos pobres seres humanos" - Foto: Miguel Osés

Formaron dúo para hablar de la vida y han continuado como una éxotica pareja para hablar de la muerte. El catedrático en Paleontología José Luis Arsuaga (Madrid, 1964) y el escritor y periodista Juan José Millás (Valencia, 1946) transitan como sapiens y neandertal por el envejecimiento, la inmortalidad o la enfermedad en una charla inteligente cargada de fina ironía y humor que arranca en septiembre de 2020, cuando Arsuaga le plantea durante una cena a su compañero de baile si le gustaría saber cuánto tiempo le queda de vida. De aquella conversación y sucesivos encuentros en siete escenarios surgió La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara). 

En su anterior libro hablaban de la vida, que suele ser más fácil que hablar de la muerte. ¿Por qué creen que nos cuesta tanto afrontar el final de nuestros días?

Juan José Millás: La muerte, de hecho, se oculta. La gente ya no muere en sus casas y hemos inventado esa especie de hoteles de cuatro estrellas que son los tanatorios para emigrar al más allá. Asociamos la muerte a la pérdida, a algo malo y siniestro, pero claro, la muerte forma parte de la vida y es imposible hablar de la vida sin la muerte y de la muerte sin la vida. Nos podíamos tomar un poco mejor la muerte si le echáramos sentido del humor. 

Juan Luis Arsuaga: En la ciencia nos hacemos preguntas tan tontas tan tontas que nunca antes se las había hecho nadie antes, básicamente. Y en este caso la pregunta tonta es ¿por qué nos morimos? Si pasamos de célula a adulto y parece que todo va bien, ¿por qué nos morimos? Ahí está el contenido científico del libro. Vamos buscando respuesta por diferentes sitios a esa pregunta.

¿Temen más a la vida o a la muerte?

J.J.M: Yo temo más a la vida. Me ha dado más muestras de agresividad de las que veo que dan algunas muertes. Hay muertes terribles, pero otras que son muy dulces. Un tránsito. Más cornás da el hambre, que decía El Cordobés.

J.L.A: Yo es que me lo estoy pasando muy bien aquí, en este baile, y además conozco a gente muy interesante, así que no tengo ningún interés en irme. Me pasa como en las fiestas esas que te echan a las doce o los dos del mediodía y dices '¿pero que ya nos tememos que ir?'. Además, he conocido a personas como Millás. Es un baile muy divertido, tiene muchas combinaciones y de cuando en cuando te puedes tomar una copa también.

¿Nos hemos acostumbrado en los últimos años a ella? Seis millones de fallecimientos en el mundo por la pandemia, más de 100.000 en España, ¿han hecho que lo veamos algo más cotidiano?

J.J.M: Es curiosa la ambivalencia que hay hacia este asunto. La evitamos, pero podemos estar dando vueltas a este asunto horas.

J.L.A: A mí me gustan los periódicos de antes, que empezabas a leer internacional, nacional, cultura... y traían un par de páginas de esquelas y luego los resultados del fútbol y tal vez una entrevista. Ahí sí que estaba la muerte organizada y clasificada dentro del conjunto. Todos hemos oído a las generaciones anteriores verlas y decir '¡anda, mira quién se ha muerto!'. Bueno, quizá ya somos nosotros los que miramos las esquelas...

Estas últimas semanas la invasión de Ucrania copa los periódicos y casi cualquier conversación. ¿La guerra forma parte de la evolución humana?

J.L.A: Bueno, muerte ha habido siempre y violencia también. Lo que pasa es que ahora hay naciones, estados, culturas... es otra escala. No combaten un grupo contra otro sino 40 millones contra 200 millones por decirte una cifra. La escala es mucho mayor.

Cambiemos la muerte por la inmortalidad... ¿algún día seremos como la rata topo (viven 10 veces más que un roedor común)?

J.J.M: No es previsible... Lo previsible es que podamos aumentar la vida y solucionar problemas de orden mecánico. La vida ya se ha alargado mucho desde el homo erectus hasta nuestros días, unos 20 años, que en tiempos biológicos es una barbaridad y se seguirá así, pero habrá un límite. 

J.L.A: A comienzos del siglo XX, la esperanza de vida era de 30 años en la mayor parte de los pueblos del mundo. Ahora, la esperanza de vida, que no es lo mismo que la lonjevidad, que tenemos en España es de 84. En poco tiempo será de 90. Esto significa que en un siglo y pico hemos multiplicado por tres este indicador. A la pregunta de si podremos prolongar la respuesta es, por tanto, que ya lo hemos hecho.

La cuestión radica en hasta dónde podemos llegar en buen estado. Hay quienes piensan que hasta los 100 años podría parecer algo alcanzable, pero por encima de esa cifra... no hay cuerpo que lo aguante, que se dice. 

Hace unas semanas el biólogo Juan Carlos Izpisúa publicaba un estudio sobre los buenos resultados del rejuvenecimiento celular en ratones. ¿Buscamos no morir o más bien el elixir de la eterna juventud?

J.L.A: Puestos a elegir, yo me quedo con el elixir de eterna juventud, el no envejecer, no perder facultades o, más modestamente, nosotros a nuestra edad, nos conformaríamos con un 'que me quede como estoy'.

A nivel celular se han hecho muchos descubrimientos y es verdad que en la vida secreta de las células hay muchas claves sobre el envejecimiento, pero no es tan inmediato que eso pueda tener aplicación en la vida humana.

J.J.M: Yo me tendría que pensar si tomar el elixir de la eterna juventud... Tendría que negociar con el que me lo ofreciera. Todos los elixires llevan prospecto.

¿Hemos cambiado la confianza en Dios por la confianza ciega en la ciencia?

J.L.A: Eso es así. Si llega un virus y hay que elegir entre ir a misa o la vacuna, pues siempre será mejor la vacuna... En ese sentido hemos cambiado a mejor. Yo de lo que me quejo es de que se le pide a la ciencia algo que se le pedía a Dios: milagros. La ciencia hace descubrimientos, pero no milagros. Tampoco le podemos pedir a la ciencia que se convierta en Dios en el sentido clásico de las religiones tradicionales en las que se esperaba de él un milagro. Si uno no ve, está bien que se opere de cataratas, y eso no es un milagro, ni hace falta rezar. Hasta aquí bien, pero a veces queremos que la ciencia haga imposibles. Quiero consumir mucho y no contaminar, quiero utilizar muchísima agua, pero sin que se acabe... Quiero ir todos los días en avión, pero sin que haya calentamiento global... No podemos pedir a la ciencia imposibles sin renunciar a nada.

Este libro surge cuando Arsuaga le plantea a Millás si quiere saber cuántos años le quedan de vida. ¿Cómo creen que serían sus vidas si supieran exactamente su fecha de caducidad?

J.L.A: Un horror, ¡un horror! Y además eso es una cosa que, de alguna forma, está planteado. Quiero decir, de cuando en cuando se descubren mutaciones genéticas que predisponen para padecer ciertas enfermedades. Si tienes tal mutación, tienes tantas posibilidades de desarrollar cáncer de mama. Cada vez va a haber más de esto, vamos a tener más información sobre lo que nos predispone para ciertas enfermedades. Esto tiene su lado bueno, porque quizá se puedan prevenir, pero el lado malo es que cuanto más sepamos, más angustia vamos a tener. Imagínate, yo podré hablar con Millás y me dirá: '¿sabes que tengo una predisposición genética al ictus del 40 por ciento?'. Y yo le diré... 'No te preocupes, porque yo la tengo al cáncer de próstata del 90 por ciento'. Entonces me contestará '¡eso no es nada! Yo la tengo al infarto de...'. Y así... No sé qué pasara ese día, que ya está aquí.

J.J.M: Yo si supiera mi fecha de caducidad viviría como un monje. Me retiraría... No, no, eso no es bueno... Mientras no sabemos, pensamos que lo nuestro se va a arreglar de algún modo, pero si uno lo sabe... Todos nos hemos imaginado alguna vez cómo sería la vida de un preso que está condenado a muerte, que sabe que lo van a ejecutar tal día a tal hora, y eso no es vida. Yo creo que es mejor no saberlo. 

Entre la vida y la muerte hay muchas etapas, entre ellas, la vejez. Ahora que se habla de una cuarta edad, que se intenta ser forever young... ¿Cuándo creen que uno ha llegado a viejo -o a mayor para ser políticamente correcta-?

J.L.A: Uno va perdiendo facultades... pero las enfermedades crónicas, el cáncer, los infartos, etc. se van desarrollanndo a partir de los 50; 60, sobre todo. A partir de los 60 empiezan las enfermedades crónicas y las relacionadas con la movilidad. Lo bueno es que ahora muchas de esas alteraciones se pueden corregir. 

Ustedes dos han superado ya ese umbral de los 60 años. ¿Se sienten mayores?

J.L.A: Nosotros tocamos madera. No hemos tenido ningún infarto, no tenemos cataratas, ni párkinson ni alzhéimer... Hemos tenido suerte, hasta ahora.

Millás ha debido hacer un pacto con el demonio porque, además, tiene una edad biológica de 50, que está muy por debajo de sus 76 años de edad biológica.

J.L.A: Si le hacen ahora el análisis, yo creo que le salen 20.

J.J.M: El tiempo siempre gana... Otra cosa curiosa sobre la vejez es que no es lineal. Hay veces que hay marchas atrás. Hay personas que en la década de los 60 está mejor que a los 50. Al final te mueres, pero hay veces que das tres pasos adelante y dos atrás. Yo hay muchos aspectos en los que me encuentro mejor en esta década que cuando tenía 60 porque también la experiencia sirve. Lo que pierdes desde el punto de vista físico, lo ganas en sabiduría y en experiencia.

Yo soy, objetivamente, viejo, una persona mayor, un anciano, pero a muchos nos pasa que nos parece que llevamos dentro una persona de 50 años. Hoy me he levantado a las seis de la mañana, llevo un día intensísimo y me parece que esa actividad la está haciendo un hombre de 50, no de la imagen que tengo yo de uno de 76. 

El humor está muy presente a lo largo de todas las conversaciones que mantienen en ese diálogo entre el sapiens y el neandertal. ¿Qué papel tiene para ustedes en la vida y en la muerte?

J.L.A: El humor es una forma de conjurarla. Es como hacer un exorcismo de las cosas que te dan miedo. Muchas veces hacemos chistes sobre las cosas que realmente nos preocupan. 

El humor siempre está muy bien. Hay que tener una mirada irónica ante la vida. Tiene que ser una actitud ante la vida y muchas veces está relacionado con la inteligencia. Hay que tener una perspectiva divertida de las cosas. La gente seria me parece que siente demasiado aprecio por sí misma. Hay que verse como lo que somos, unos pobres seres humanos.

¿Quién tiene más sentido del humor en este dúo, el sapiens (Juan Luis Arsuaga) o el neandertal (Juan José Millás)?

J.L.A: Los animales no tienen sentido del humor, no hacen chistes. El sentido del humor es algo específicamente humano. A ver qué dice el neandertal...

J.J.M: Yo creo que el sapiens tiene un humor más elaborado y el neandertal más ingenuo, es decir, le saldría sin querer, mientras que el del sapiens es producto de la elaboración.