La escritora que no quiso soñar

J.I.S.
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Ana Marcela García era de Fuente Álamo y publicó cerca de 50 novelas sentimentales

Fotografía de Ana Marcela García.

Sus risas suenan juntas, quedas y dichosas, mientras cogidos del brazo, muy unidos, caminan lentamente, como marcharán ya siempre por el camino de la vida», así acaba una de las novelas que escribió Ana Marcela García. A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, esta desconocida autora de Fuenteálamo publicó cerca de medio centenar de títulos en la famosa Editorial Bruguera. 

Aquella historia de amor con las letras comenzó por necesidad. Ana Marcela había realizado estudios de Filosofía y Letras en Valencia, en los difíciles años que siguieron al desgarro nacional. En aquellos tiempos de plomo y miseria, la albaceteña encontró una manera de ayudar en la economía doméstica a golpe de tecla y tinta. Así brotaron de su imaginación novelas como Una muchacha audaz, El pasado vuelve, El raro destino de Virginia Brand, Lo que no se compra, Esposa por accidente, El oasis del odio, Deuda de corazones, Extraño desafío, Champán para dos o El Derecho al amor.  

La escritora observaba a su alrededor, escuchaba con atención y soñaba estas novelas que engancharon a miles de españolas, deseosas de vivir relatos de pasión y de olvidar las penurias que no salían en los libros. Por entonces, esto de las «novelas sentimentales o rosas» era una moda de éxito incuestionable. Pese a que las raíces se hundían en siglos pasados y la idea moderna había surgido en 1924 en la editorial Juventud, fue en este momento cuando estas creaciones alcanzaron una resonancia millonaria.

Bruguera fue la gran editorial de esta temática. Mantuvo hasta 14 colecciones con nombres tan sugerentes como Amapola, Madreperla, Rosaura o Pimpinela. Las novelas solían costar cinco pesetas y no alcanzaban más allá de las 130 cuartillas. La empresa llegó a editar 1.271 títulos. Así resumía Bruguera su producción: «si colocásemos todos los volúmenes de Pimpinela que han salido de nuestros talleres hasta la fecha, uno encima del otro, formarían una columna de 200.000 metros de alta». Algunas de estas obras se convirtieron en radionovelas que se consumían con profusión; en corro, mientras se hacía ganchillo o punto, nadie quería respirar para no perderse ni una solo beso de la historia. 

Para mantener activa esta industria de entretenimiento que vendía decenas de miles de ejemplares, existía una plantilla de escritoras formada, entre otras, por Adela Durango, Trini de Figueroa, Pilar Carré, María Lar, Isabel Saldueña, Amparo Lara, María de las Nieves Grajales y la más conocida y prolífica, Corín Tellado. Se dice que la asturiana llegó a escribir más de 4.000 novelas. Como ella, Ana Marcela García necesitaba poco tiempo para redactar sus historias. En cuestión de cuatro o cinco días tenía, blanco sobre negro, su relato descarnado de un amor imposible que, al final, termina consumándose. Ese era el molde básico de las novelas sentimentales. 

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