Antonio García

Antonio García


El amor

21/02/2022

Tres novelas recientes, de Manuel Vilas, Agustín Fernández Mallo y Luis Landero tienen en común el ser aproximaciones al amor, y la tres, desde opciones bien distintas, parecen desmarcarse de la tendencia actual a combatir cualquier tipo de relación de la que no se obtenga un beneficio emocional instantáneo, a ser posible sin compromiso y sin desgaste. El de Fernández Mallo es un poliamor apocalíptico, dentro de la misma pareja, que agota todas las combinaciones posibles; Landero        -con perspectiva irónica- opta por el amor obsesivo y casto, actualización del amor cortés, y Vilas desarrolla la hipérbole del amor eterno concentrado en unas semanas de confinamiento. Es decir, tres visiones del amor romántico en medio de una época incrédula que pretende eliminar de cuajo toda huella de trascendencia, religiosidad o arrebatamiento, justo los tres derrames que concurren en un buen amor pasional. Hoy esa expresión anda tan estigmatizada como la maternidad o la espiritualidad. Hay en efecto un descrédito del amor romántico, fomentado por cierta progresía que ve en la pasión el pórtico del crimen, y hace una lectura crítica de los poemas de Garcilaso, Bécquer, Salinas o Neruda, potenciales manuales de acoso dado que en ellos la mujer no tiene ni voz ni voto. La alternativa es un amor supervisado por orientadores y psicólogos -como antes lo supervisaban los curas- un amor sin conflicto, sin peaje de dolor o incluso odio (el odi et amo catuliano). O peor: la nueva sentimentalidad tuitera. El nuevo mapa de sentimientos aboga por los que no acarreen disgustos. Un sucedáneo de amor, privado de dolorido sentir que conduce a una humanidad inerte, un metaverso sin rima.