Ángel Antonio Herrera es el protagonista de un libro

Emilio Martínez
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«Ha sido un dulce susto», afirma el polifacético escritor sobre el reciente ensayo de Diego Vadillo

Imagen del escritor albacetense, Ángel Antonio Herrera, rodeado de libros. - Foto: Carmen Ro

Tiene un total de 15 libros publicados, la mitad en verso, a lo que añadir sus originales columnas en la prensa y sus colaboraciones televisivas, todo ello siempre  con un estilo más que reconocible, con sello y vitola propios. Sin embargo, Ángel Antonio Herrera nunca pensó estar al otro lado, ser él noticia, y, menos, protagonista de un libro sobre su obra. Algo que ya es real, porque acaba de editarse Ángel Antonio Herrera y la alucinada sínquisis (publicado por la editorial Manuscrito), un nuevo ensayo que suma a la treintena anterior Diego Vadillo López, uno de los más acreditados especialistas en literatura española, además de poeta, con un profundo análisis sobre las creaciones del albaceteño, repleto de justificados halagos. Herrera, además de sorprendido y agradecido, afirma a La Tribuna que se trata de «un dulce susto». 

Un susto por aquello de que nuestro paisano ni conocía al autor - «me enteré por un whatsapp que me envió un amigo anunciándomelo», cual precisa-, que de esta manera le coloca no sólo como un consagrado de las letras, que ya lo es, sino de los escasos autores que además de trascender en la actualidad con sus diversas obras, ya se queda para siempre per omnia saecula saeculorum. Un libro que entre las múltiples apreciaciones positivas de la obra del albacetense hay una que le gusta especialmente: «Sí, la de avalar que yo soy el último barroco en verso y en prosa. Y muy desencaminado no va».

No oculta que ante tanta loa a su obra que su autor, al que califica como «fanático del lenguaje y un loco de la metáfora», dos cuestiones con las que el propio Ángel se identifica. «Diego es un entusiasta y por tanto arrastra excesos, lo que no quita para que admita que lo ha leído con asombro. Me llega a hacer esquemas laberínticos, desanudando la sintaxis de mis poemas, y luego estudia mi articulismo literario, en el ABC, y en otros medios, como un científico de la palabra».

Otro de los grandes genios literarios españoles, el desaparecido Francisco Umbral -biografiado por Herrera- es indirectamente responsable de Ángel Antonio Herrera y la alucinada sínquisis, ya que cuando Vadillo preparaba su segundo ensayo sobre el vallisoletano encontró una antología poética del albaceteño. Sus versos le fascinaron, por lo que amplió su estudio sobre el resto de facetas como escritor de nuestro paisano, llegando a la conclusión, cual defiende en el ensayo, de que ha sido capaz de una original transmisión de su estilo y hallazgos a esas otras dimensiones literarias de este pluridimensional personaje que protagoniza su libro.

A pesar de que en todos los géneros que domina Ángel, hay un doble denominador común, el de la calidad y el de la originalidad, es claro que tienen técnicas distintas, aunque él no se inclina por ninguna, porque estima - «no como vanidad, sino como limitación», argumenta- que en todos ellos está haciéndose a diario el que ya es. «Yo he logrado un medio de vida de mi diálogo con las palabras, y eso procuro aplicarlo cuando hago radio con Alsina, o cuando escribo sobre Baudelaire, en el periódico». 

Vivir en el móvil. No obstante, no le importa admitir que tampoco padece con el esfuerzo, porque concede que no sabe hacer otra cosa. «Por ahí me titulan a menudo  periodista, para las conferencias, o los platós, pero yo soy un poeta promiscuo, porque me interesa todo, desde la ley de reforma laboral a Beyoncé, desde Putin al fútbol, desde el procés a las novias de la ex consorte de Johnny Deep».

En cualquier caso vivir profesionalmente de la cultura en este país en el que, además y como denunció Mariano José de Larra  -hace dos siglos largos- «escribir es llorar», supone todo un mérito añadido. Y quizás la cuestión todavía puede empeorar en el futuro inmediato, como denuncia. «La verdad es que no veo solución. En España es incurable eso, tan infamante, de que la cultura es gratis. La palabra debiera ser moneda, pero no lo es. Yo creo que acredita más a un escritor un contrato que un premio. Y se dan antes los premios que los contratos».

Nadie parece dudar, y un intelectual como él menos, en quién recae la culpa de este desastre literario y cultural: «los gobernantes de todas las épocas. Algo que, desgraciadamente, se repite también en democracia, ya que, cual coincide el albaceteño, es evidente que la cultura da muy pocos votos o no da ninguno, y lamentablemente vive en el más absoluto de los olvidos». «Por ejemplo, yo llevo esperando que algún político recomiende alguna vez un libro. Unos cuantos lo que hacen es recomendar series, como ocurre en las peluquerías, pero eso no va a ningún sitio».

Quizás por ello, y aplicando el título de la legendaria película de José Luis Cuerda Amanece, que no es poco,  el paisano no hace proyectos y afirma vivir radicalmente al día, porque, entre otras cosas, se autocalifica de  autónomo pluriempleado, de lírico con dos visas. De hecho, confiesa que durante lo peor de la pandemia -que en poco le perjudicó en lo profesional, aunque sí en lo sentimental y pasional, porque necesita pasiones para ejercitarse-, al verse con tiempo, comenzó con brío un ambicioso nuevo poemario, «y aún está el original boca arriba a medio rematar, aplazado sin fecha». 

Al menos sí que admite que le hace cierta ilusión un prólogo ancho y ahondado que le ha puesto a Travesía de Madrid, la primera novela de su admiradísimo Umbral, del año 1965, que se reedita en estos días en la firma Austral. Sus críticos y certeros análisis no se olvidan de otros negativos asuntos de rabiosa actualidad, como la que observa como involución. Una involución desesperante, empobrecedora, y obviamente, también peligrosa de la libertad de expresión.

 «Que se ha recortado por bobadas del uso del idioma, y hasta hemos llegado a escuchar aberraciones como que hay que quemar los libros de Henry Miller, o Norman Mailer, por machistas, y enseguida escucharemos que hay que prohibir el bolero, si es que no se ha escuchado ya». Todo ello, continúa, como pésimo efecto y afán por perpetuar una sociedad del infantilismo, donde la muerte no existe ni tampoco el dolor, «que son, en rigor, dos motores del aprendizaje, de la formación, de la forja del existir. Hay mucha gente viviendo dentro de un móvil».

Con esa forma de vivir, que no le gusta nada, sus pronósticos pesimistas sobre si individual o socialmente íbamos a salir mejor o peor de la pandemia se han cumplido, ya que  nunca pensó que lo haríamos positivamente. «El español es incorregible, para bien, y para mal». En cuanto ha llegado la primavera y la sangría y las ferias nos hemos olvidado de los cirujanos, de los pobres, y de la fragilidad de la vida. A menudo confundimos la libertad con el cubata.