Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Distopía

03/09/2022

A propósito de la distopía tan presente en el tiempo que nos tocado vivir -distopía y simulación frente a la realidad de la guerra («El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro; sus caras eran como caras humanas») en lo que es un ejercicio común de indolencia y rendición- ya Eugenio D'Ors retomó el dicho que «todo lo que no es tradición es plagio», sentencia reproducida en el Casón del Buen Retiro, sentencia aherrojada por la censura y forzosamente traducida de un bellísimo catalán de Eugeni: «Fora de la tradició, cap veritable originalitat». La distopía que apasiona a los más jóvenes, la mente bicameral y el origen de la conciencia no son más que breves recordatorios de siempre. Balzac lo escribió muy bien en Madame Firmiani: «Todos nosotros somos como unas planchas litográficas de las que una infinidad de copias son tiradas por la maledicencia». Qué copia es de mayor fidelidad al original, qué posibilidad hay de que prosiga la copia dejando atrás al original vetusto, qué habría de nuevo en un mundo simulado y dispuesto por la ciencia. Nos dejamos engañar por los aplausos de pago cuando los grandes sufrimientos se adivinan. La humanidad ha vuelto a la guerra total -o mundial- como el detergente moral del que habló Spengler, y el hombre paciente se prepara ya para el viaje     -el de mayor verdad- a modo de arqueólogo moral. El hombre paciente, el buen padre de familia, sabe que la verdadera cámara bicameral radica en la ley mosaica -esa ley no admite enmienda- y acopia dos o tres consejos para conllevar la pálida, fría y anciana realidad, la prodigalidad de unos que hoy lamentarán el ahorro, rayano en la obsesión, de los padres. Me remueve el nacido prestigio de una sociedad representada por un crisol de pobreza y negativas causantes de la alienación. Toda nuestra vida muelle, hoy amenazada, se banaliza y aspira a un grado superior de frivolidad para orillar a los caballos preparados para la guerra (langostas, tal y como apunta la Escritura). Nos tomamos la temperatura (soportemos el calor y el frío en bien del ahorro) cuando el frío es sólo frío -el desierto moral es otra cosa-; y la distopía no deja de ser el paraíso de los desgraciados.