Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Tradición

22/04/2022

Estos días pasados, tan ricos en tradiciones y en fervor popular, lo vuelven a uno iconoclasta aunque no quiera. Y no voy a arremeter contra la Semana Santa, sino contra una serie de conductas que se sustentan en tres pilares: el consumo de alcohol, la impunidad y el principio de «este es mi pueblo y hago en él lo que me da la gana». Tras el engañoso término de tradición, lo que se esconden no son sino manifestaciones de incivismo que convendría ir pensando en erradicar, en la línea del Toro de la Vega y de la cabra precipitada desde el campanario. Y me refiero, en concreto, a la costumbre de «los quintos», que goza de gran popularidad en muchos pueblos de nuestra provincia. En el pasado, cuando los mozos se iban al servicio militar, les pedían a sus vecinos una propina para celebrar una fiesta de despedida y llevar algo de dinero en el bolsillo. Ahora el servicio militar obligatorio ha desaparecido, no así la costumbre de interrumpir el tráfico en las calles e incluso en las carreteras de ciertos pueblos y exigir un peaje a los conductores que tienen la mala suerte de caer en la emboscada. La cuestión se resume en que los chicos y chicas que cumplen 18 años pasan una semana entera en estado de embriaguez y sablean a propios y extraños para mantener el grado de alcoholemia en todo lo alto, muchas veces con desplantes, abucheos e insultos a quienes se niegan a aflojar la mosca. Esta es la maravillosa «tradición» que los ayuntamientos no se atreven a prohibir o sustituir por algo más edificante, a pesar de que supone interrupciones del tránsito, consumo de alcohol en vías públicas, coacciones, conflictos en potencia y, para que no falte ni una sola salvajada, a menudo también maltrato animal. Uno de los rostros más funestos de la tan idealizada España rural.