Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Voces

05/05/2023

Hay un cierto momento cada noche en que mi casa se llena de voces. No entiendo lo que dicen y eso me inquieta. He estado tentado de consultar el fenómeno con un psiquiatra, pero me niego a que me seden y me aten a la cama. Tampoco pienso llamar a un parapsicólogo no sea que me organice una sesión de ouija. Quizás lo más práctico sea pedirle a mi mujer que deje de consultar sus wasaps de voz antes de acostarse. Logrado invento, por cierto, este del wasap de voz. Por un lado, nos libra de la necesidad de mantener una conversación telefónica, costumbre obsoleta que se halla en trance de desaparición. Ahora casi nadie «llama», salvo las madres y los vendedores telefónicos. Otra gran ventaja es que uno puede explayarse cuanto desee, a diferencia de las conversaciones telefónicas convencionales, en las que de vez en cuando era necesario callarse y escuchar. Por encima de todo, la tecnología de mensajes de voz nos libra de la engorrosa necesidad de teclear con el dedo índice y un ojo guiñado. El resultado es que nos hemos convertido en una sociedad de monologuistas. Lanzamos nuestros wasaps de voz como náufragos que lanzan sus botellas al mar, y no parece importarnos que nos ignoren o que la respuesta se demore, si es que llega alguna vez. Por motivos laborales y familiares, mi mujer reproduce todos sus wasaps de voz sin saltarse ni uno. Lo hace con nocturnidad y alevosía, y a una velocidad endiablada que los vuelve incomprensibles para mí. Me suenan a jeringonza, a amenaza en arameo, a invocación satánica. Perturban mi sueño y más de una vez me han provocado pesadillas. En el pasado había gente que descolgaba el teléfono por las noches. Creo que el móvil tiene un botón que sirve para apagarlo. A lo mejor convenzo a mi mujer de que lo use.

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