No sé si los albacetenses somos conocedores que nuestra ciudad cuenta con el único recinto ferial edificado y urbanizado del mundo. Sí, sí, ha leído bien, de todo el planeta. Además de ser la mejor muestra de construcción de la llamada arquitectura manchega. Lleva razón mi gran amigo y tocayo Javier Ruiz, figura radiofónica en Onda Cero, que todo manchego debe ir una vez en su vida a la Feria de Albacete, como un musulmán está obligado a ir a La Meca. Nuestra Feria y su Ferial son La Meca Manchega. Edificio original de 1783, levantado en sólo 33 días, que el tiempo, y desgraciadas intervenciones posteriores, han desnaturalizado su esencia y concepción. Entre ellas, la incomprensible destrucción, así hay que llamarla, de su portada original, neoclásica y en hierro casi toda ella, que fue despedazada en 1974 y hoy reproducida, como se ha podido, frente a la Puerta Grande de nuestra bellísima plaza de toros neomudéjar. Tras el primer anillo de 1783, luego vendría al año siguiente, el segundo anillo y el pasillo de entrada hasta la Puerta de Hierros, dándole forma de «rabo de sartén». En mi pregón ferial de 2008, a las puertas de la Feria del III Centenario, llamé la atención del abandono del edificio, de la falta de un proyecto integral de conservación y puesta en valor. Es triste así decirlo, pero la ciudad y sus autoridades han vivido de espaldas a este colosal edificio, solo acordándose de él cuando hay que abrirlo cada 7 de septiembre. La doctora Cristina Caro Gallego leyó su magnífica tesis doctoral sobre la arquitectura de nuestro edificio ferial, publicando un libro de referencia, y ahí ya denuncia la falta de ese plan al que me refiero. Creo que es urgente abrir un concurso de ideas internacional para que los mejores arquitectos repiensen el valor y la utilidad de este soberbio edificio. No se entiende que esté prácticamente cerrado todo el año. Desde estas líneas llamo con urgencia a la sensibilidad y a la actuación de nuestro Ayuntamiento. Abran el Recinto Ferial. Ilumínenlo convenientemente. Denle vida. Es una joya que no luce, precisamente en una ciudad donde escasea la joyería.