Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


'D10s'

01/12/2020

La muerte de Maradona ha servido para comprobar que nuestra sociedad -sí, la de aquí- tiende a una intransigencia de tal dimensión y dureza que sugiere querencias a lo inquisitorial. Mientras los aficionados al fútbol lamentaban la desaparición del mejor pelotero de la historia, otros aprovechaban para afearles la conducta acudiendo a lo poco edificante de la vida privada del astro argentino. Y con todo esto se declaró una especie de gran batalla viral que tuvo, sobre todo, a las redes sociales como espacio de expresión. Ahí los defensores del incomparable arte futbolero del 10 se encontraron con que otros -tantos como ellos, quizá- le estaban esperando para «celebrar» el fin del que para ellos, más allá de lo meramente deportivo, ha sido una mala persona, plena de adicciones y víctima de su propia mala cabeza -aquí no fue mano- en su trágico destino. Desde luego que al pibe de Villa Fiorito no se le recordará por una trayectoria vital ejemplar en lo personal. Para nada. Pero la dureza -rayano en lo feroz- con la que se le ha tratado -aún con el cuerpo caliente- es producto de ese tránsito hacia una versión peligrosa de una sociedad que ni olvida, ni perdona; es más, espera paciente para escudriñar y ajustar las cuentas a cualquiera, partiendo de unos problemas personales que pueden no sernos tan ajenos al resto. No rotundo a la apología de las drogas o del maltrato femenino. Faltaría más. Pero una cosa es eso y otra es hacer alabanza de que lo estrictamente correcto es el único camino hacia no se sabe ni dónde, ni qué. Maradona era humano fuera de la cancha. Tanto que se equivocó mucho. Y lo ha pagado con la vida. ¿No os parece suficiente castigo, cuñaos de Torquemada? De este nuevo Santo Oficio -además, es transversal en lo ideológico- que presume de nunca cometer errores, se la coge con papel de fumar y alardea de no haber echado jamás un borrón, nos libre D10s.

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