Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Tomar el tono

20/03/2021

Nada hay nada más tedioso que los prólogos -eso creí yo siempre; pero un día mi padre me dijo, «lee las exposiciones de motivos de las leyes, siempre son un recurso en la vista oral, colman lagunas y pueden sacarte de un apuro» -esto ocurría cuando la técnica legislativa era formidable en exactitud, cada artículo era como una virtud gramatical, su primera lectura era de tanteo, pero luego, como un fogonazo, el significado se mostraba extraordinariamente cortés para con la liturgia del derecho común, y aquella cortesía nos embridaba a todos-. Era sabido que Stendhal se desayunaba con dos artículos del código civil para iniciar su trabajo literario. El ensayo preliminar que Consuelo Berges hace de Stendhal es mucho más que un prólogo y es lo más parecido a una exposición de motivos -va más allá de los preámbulos constitucionales; quiero decir que nos basta su estudio para recibirnos en el mundo stendhaliano-. Como los precisos artículos del código francés (Bonaparte pudo decirse en verdad, «les he dado el derecho a toda Europa»), Berges traza varias capitulares (no muchas) que definen al escritor: su ardiente necesidad de conversación interesante, la finísima calidad de su inteligencia, la sinceridad ascética, los amores de imaginación -que suelen ser los mejores- y el ir hacia las cosas bien, «no por vanidad ni por honor al cargo, sino por honor a sí mismo». En realidad Stendhal leía cada mañana unas páginas (mucho más que dos artículos) del código civil, «para tomar el tono» -leía el código al acaso, una mañana la promesa de matrimonio, la del día siguiente un fideicomiso-, y en esa precisión napoleónica, el cónsul en Trieste llegó a la originalidad de los detalles, «solo en los detalles hay verdad»-, y tomando el tono (leía los artículos en voz alta) edificó su giralda literaria, la de su amable libertad interior. Pero más que Consuelo Berges mi auténtica rota stendhaliana es la de Juan Bravo -es curioso confrontar los dos prólogos del Rojo y Negro: donde Berges ve al «frío estratega de la ambición», Juan Bravo percibe la «mezcla de quijotista fantasía e implacable maquinación». Cuando me falta fuelle recuerdo aquel consejo de mi padre y me felicito de mi amistad con Juan.