Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Los buenos días perdidos

09/02/2021

Hace un par de semanas estuve en Albacete. Me encontré una ciudad entristecida, sin pulso, carente de la alegría que siempre tuvo. El cierre de la hostelería es un hachazo económico y social. Pero la peor experiencia fue ver deambular por Albacete a tanto joven sin un sitio donde refugiarse (sin bares, sin cines, sin billares, sin centros deportivos o culturales), y canalizar, así, todo el ímpetu y la fuerza que son consustanciales a esa etapa de la vida. Allí los vi, andando como zombis o guarnecidos en soportales. Sentados en aceras y bancos; con el móvil siempre en la mano, chateando con quien sabe quién; esperando a esa hora en que la ley los vuelve a enchiquerar en cada casa, ansiosos y frustrados. Nuestra juventud española va a ser la gran perjudicada de este horror de pandemia. El futuro laboral le es muy incierto. España presenta la tasa más alta de paro laboral juvenil. De momento ya es un hecho irreversible que se les va un tiempo fundamental en la vida que no recuperarán, porque o se vive ahora o ya nunca. Los que fuimos jóvenes sabemos lo que la juventud de hoy en día ha perdido. De momento, una educación en directo que jamás un profesor puede suplir desde un ordenador. Pero en el camino también se han dejado los abrazos sinceros, la mano en la mano del amigo, los primeros besos que ya serán siempre tardíos; todo aquello que también conforma una educación sentimental. Los bachilleres han perdido esos dos años previos e intensos a la entrada en la universidad. Los universitarios de primero, ese curso inolvidable de iniciación. Los de último año de carrera, aquel acto de graduación donde hijos y padres abrazados veían recompensados tamaño esfuerzo. Como el título de aquella obra de Antonio Gala, esta pandemia deja a la juventud una extensa cicatriz de buenos días perdidos. En su consuelo queda que tienen la vida por delante. Y eso, queridos lectores, es un tesoro.